lunes, 15 de noviembre de 2010

Una llamada a la moderación social y política.

Hace poco, recibí esta circular de un hermano mío fraile de una orden religiosa:

¡Hola!

El vicepresidente Rubalcaba ha expulsado a los monjes benedictinos y a los parroquianos del templo del Valle de los Caídos. Un paso más del Gobierno hacia el cierre definitivo de este complejo monumental y litúrgico, patrimonio de todos los españoles y no del Gobierno socialista.

Desde el pasado 3 de noviembre, monjes y parroquianos tienen que celebrar Misa a la intemperie, en un pinar a las afueras del recinto del Valle de Los Caídos, bajo el frio de la Sierra madrileña.

Yo acabo de firmar una petición al presidente del Gobierno exigiéndole que restablezca el derecho a asistir a Misa en el Valle de Los Caídos. Por favor, únete a mí en el siguiente enlace:

http://www.hazteoir.org/firma/34094-firma-100-000-mensajes-monjes-valle-caidos-y-libertad-religiosa-en-espana

Sólo te costará 1 minuto.

¡Gracias!

Y ésta fue mi respuesta:

lunes, 8 de noviembre de 2010

Pesadilla de FemDom extremo.

Abrió los ojos. Recordaba todo cuanto había pasado en las últimas veinticuatro horas. El armagedón. El apocalipsis. El ragnarrok. El caos más completo. Todo el mundo patas arriba, y nunca mejor dicho.

Primero fueron los terremotos. Terremotos que empezaron por tumbar farolas, árboles, casas y cualquier objeto alto. Seguidamente abrían anchas grietas por las que caía todo. Los tendidos eléctricos chisporroteaban, las tuberías de agua y los alcantarillados se vaciaban a plena potencia durante unos minutos, entre nubes de polvo, llamaradas provocadas por las chispas eléctricas y las tuberías de gas. El ruido era ensordecedor; los bloques de edificios, tras desnudarse a cachos, acababan derrumbándose con grandes estruendos. A eso se añadía los retumbes de la propia tierra al abrirse...

Por todas partes la gente corría y gritaba despavorida. Muchos caían en las grietas, entre alaridos de terror, seguidos de los de sus seres queridos que se quedaban arriba con las manos tendidas hacia el abismo.

Sí, recordaba con profunda riqueza de detalles. Pero aún con todo eso, la parte férreamente encarcelada de su razón ni se inmutó. Pues cuatro meses antes, quien había sufrido un terremoto mucho más devastador fue su vida. Un estúpido accidente de tráfico se había llevado a su mujer y a su hijo. Desde entonces luchaba por emparedar sólidamente sus emociones, todas conducían al suicidio. Y estaba en una fase de indiferencia flemática y atrozmente mecánica en su mente para afrontar lo que le quedaba de vida, cuando fue el mundo de los demás el que se vino abajo de la forma más destructiva que se le antojaba a la naturaleza... o eso creía entonces. Sólo veinticuatro horas antes.

Pues de unas pocas grietas que se habían abierto transversalmente, dejando una especie de rampa en sus interiores, surgió al principio un extraño rumor. Los supervivientes, en estado de choque todavía, no prestaban atención, pero él sí. Se acercó a una de esas grietas.