sábado, 24 de septiembre de 2011

Mohosos estereotipos al cuerno.

El otro día, navegando por Youtube, dí con un video-clip musical que, en sus primeros segundos, no me supuso nada especial: hardcore con unas pizcas de speed metal. No conozco de nada al grupo, Nightwish. Lo seleccioné por casualidad de entre unos cuantos que aparecían como “relacionados” tras escuchar a Marilyn Manson.

Al principio, indiferencia. Con un poco de sorpresa: ¿un grupo de todo chicas? ¿voz, batería, guitarra, bajo y teclista (¡teclista!) femeninos…?  “Bueno, no es lo normal, pero vale, voy a escucharlas”. Luego la sorpresa aumentó: ¿chicas muy guapas y delgadas, más dignas de un desfile de moda que de tocar en un grupo así…? Vestidas con andrajos, sí, pero también con zapatos de tacón. Barbies contestatarias, pero frágiles y escuálidas. Incapaces de desarrollar la energía que exige este tipo de música: fuerza y rapidez trepidantes en los instrumentos, coros rasgados, sostenidos e hiperpotentes, bailes corporales con enérgico y mareante headbanging… es decir, “sólo para hombres”. Estuve a punto de darle a “siguiente”, pero sentía curiosidad. En contra de la tendencia general actual de voces de cazalla que salen de los estómagos en vez de los pulmones, esta voz femenina sonaba a diáfana en mis estereotipos musicales.

Hasta que llega el momento de la verdad: los coros. (“¿?¿? ¿ésa no era una chica…?”) Y entonces se revela el montaje… y me quedo enganchado, tanto por la potencia y ritmo de la música como por el gran arte de la cantante andando de aquí para allá luciendo con toda naturalidad su palmito entre tanta agresividad visceral… Ojalá todas las chicas bailaran como ella en los conciertos de heavy metal. Para los varones, el espacio, la bestialidad, el griterío hasta enronquecer, sacudirnos las cabezas melenudas, el chocarnos unos contra otros, incluso pelearnos; para las mujeres… lo que hace la cantante de este grupo.

Todo un torpedo a línea de flotación de mis descuidados estereotipos, tanto musicales como sexuales.

Ah, y que conste que sigo pensando que en este tipo de música los teclados no deberían ni existir, pero bueno… me he quedado anclado en el pasado, y creo que voy a abrirme a nuevos conceptos modernos.

jueves, 8 de septiembre de 2011

Iconos cálidos: “El ala oeste de la Casa Blanca.”

Basada en una presidencia moderna ficticia en EEUU, hubo una tentativa de otra serie más antigua, en la que el presidente era una mujer, “Señora Presidenta”, pero fracasó.


The-West-Wing

Uno de los protagonistas centrales, Martin Sheen, también aparece en otro “icono cálido”, “Apocalypse Now”, con lo que se puede pensar que doy cierto favoritismo a este actor…  ¿Y porqué no? De ascendencia española, no lo oculta, visitando de vez en cuando la catedral de Santiago de Compostela, y según leí por ahí no sé dónde, produciendo una serie o una película sobre dichos antepasados.

De todos modos, cuando vi un capítulo por televisión hace ya mucho tiempo, me chocó bastante verle en el papel de presidente, cuando no mucho antes interpretó a un convincente y repeinado jefe de gabinete en “El presidente y Miss Wade”, siendo la estrella Michael Douglas… Claro que, muchísimo antes, le había visto interpretar al presidente Kennedy, en la miniserie Kennedy, pero entonces yo era casi un crío.

miércoles, 17 de agosto de 2011

Puesto de trabajo: Instalador electricista casero.

Hasta ahora todo lo mencionado bajo esta etiqueta, Puesto de trabajo, ha sido un auténtico sumidero de vómitos, cagarrutas, clavos oxidados, huesos rotos, costras resecas de iras y rabias varias, cadáveres momificados de ilusiones y pedazos de perspectivas pasadas tajados con serrucho del catorce.

Y seguirá así. Tengo demasiadas crónicas laborales que todavía supuran.

Pero esta vez no.

Hace poco, una amiga me dijo en plan broma que podría escribir un libro con las anécdotas de lo que me había pasado en una iniciativa mía que tuve siete años atrás. Es una frase hecha, desde luego no daría para tanto, pero me dio la idea de contarla aquí con más detalle y distensión, y de paso contrapesar un poco lo contado en el primer párrafo.

En efecto. Esta experiencia tuvo muchas cosas buenas, y alguna no tanto, la más importante, que lo hice por la cara, sin cobrar un duro. Fue iniciativa mía, y aún así por lo más sagrado que a día de hoy no me arrepiento en nada de aquella decisión.

lunes, 1 de agosto de 2011

En paro.

Ya ha pasado poco más de un año desde que me despidieron de la empresa. Trabajaba como instalador de telecomunicaciones (telefonía, radiofrecuencia –antenas y CATV-, fibra óptica y redes locales centralizadas), con muchas incursiones en la electricidad pura y dura, la industrial. La que va a camionadas y grúas virtuales, en vez de hilillos domésticos, gota a gota. En dicha empresa no estaba muy a gusto, pues a pesar de mi empeño y mis esfuerzos en aprender, mi rendimiento en tareas primordiales no era bueno. En consecuencia, no se me asignaban tareas de responsabilidad. Era el que limpiaba, el que iba a por una herramienta a la otra punta del recinto, el que vigilaba fuera de la arqueta porque no servía para apenas nada más… Nunca he tenido la habilidad manual suficiente como para equipararme con mis compañeros, pese a mis empeños y mis intentos de prácticas y soltura. Lo cual era un poco pescadilla que se muerde la cola: no tenía soltura, no me ponían a conectar por no perder el tiempo, no podía coger soltura… Las pocas veces que conseguía ponerme a ello era tan torpe y tumblr_m6gv04wX4z1qzxfy9o1_1280tardaba tanto, que la actitud de mis compañeros era determinante. Manipular cables del grosor de un dedo pulgar para pelarlos, tratando cada capa de una forma distinta, y terminar operando con fibras de vidrio más frágiles que un cabello, es como mezclar un leñador de hacha con un relojero. Esto en el caso de la fibra óptica, que si incluyo los cables de telefonía, con sus doscientos pares (cuatrocientos ocho cables) divididos en sus códigos de colores, metidos en cintas de seda que paradojas de la vida los callos en los dedos no facilitaban su manejo, y si además añado los cablerones de electricidad de una muñeca de gruesos y de a kg. el medio palmo, entonces el contraste es más acusado… Y no digamos la Alta Tensión… Pero no voy a entrar en más detalles técnicos. Sólo lo menciono para reconocer uno de mis puntos débiles.

El otro es no poder transportar escaleras manuales de más tres metros de altura y veinticinco kg. de peso en posición vertical al hombro, sean de madera, aluminio o fibra de vidrio (afortunadamente para mí, el material más pesado, la madera, está cayendo en desuso, frente a los otros dos, que me manejo mejor… pero no tanto como quisiera o se me exige como mínimo). Para todo lo demás, bueno, me defendía más o menos bien… en conocimientos, interpretación de planos, límites, medidas y demás.

A todo ello añado el independizarme, algo que me alegré mucho en su día, pues llevaba más de veinte años esperando, pero que al estar en paro, ha tomado un cariz bastante distinto.

En efecto. Mi desánimo es general. Mi desilusión completa. Y no tengo apenas esperanza de cambiar a mejor por mí mismo. Soy como un montonazo de ladrillos desperdigados, romos por el desuso (espero se note la paradoja), sin cemento sólido para unirlos, olvidados en un callejón de mala muerte…

Estar en paro es una enfermedad social, los parias occidentales a los que señalan con el dedo por la calle y casi se les lincha, de no ser por el detalle de que a cualquiera le puede tocar (excepto funcionarios, enchufados o disponer de “contrato blindado” con “despido dorado”, porque ser imprescindible ya no tiene sentido en una época en que cualquier empresa puede cerrar), y sólo un mínimo de empatía, humanidad o simple convivencia puede evitar que dicho linchamiento se lleve a cabo… en ambos sentidos.

Porque los síntomas son vergüenza, inutilidad, resignación forzada que pasa a ser propia, desgana, atonía, autoestima inexistente, que provoca no atreverse a mirar a la gente a los ojos, irritabilidad fácilmente inflamable y de cada vez más difícil contención ante prosperidades ajenas, cercanas o lejanas, sobre todo si son inmerecidas, lo que lleva a convertirse en un misántropo eremita socialmente reprimido que rehúye el contacto con la gente, familia, amigos, conocidos y vecinos.

Todo esto conduce a una tristeza sorda, falta de disciplina, de ilusión, de proyectos que calen en el ánimo y le hagan motivarse en su día a día…

Y esto siempre y cuando no mermen sus ingresos de forma significativa, porque entonces esos conflictos internos suben como la espuma; más aún si otras personas dependen de esos ingresos… Algo que, por fortuna y de momento, no he llegado a eso…

Pese a ser un cuadro muy habitual, no por ello es menos dramático y doloroso.

jueves, 21 de julio de 2011

Puesto de trabajo: Oficial 3ª instalador de telecomunicaciones.

Había recibido una carta del antiguo INEM con un número de teléfono y una dirección. Tras llamar y concertar una entrevista, me fui allá, armado con mi Currículum Vitae. No tenía absolutamente ninguna pretensión ni esperanza. ya había pasado por eso decenas de veces y sabía que nunca conseguiría trabajo así.

Las empresas que acuden a servicios públicos de empleo suelen ser bastante cachazudas y cutres, sin recursos para destinar a una selección eficaz de personal. El filtro que aplican a la gente que viene de dichos servicios suele ser basto, directo, quemado y sin ilusión ni curiosidad por encontrar a alguien que merezca la pena. Si el aspirante no es de los que sólo van a sellar la carta de recepción y manifiesta interés, entonces es sometido a una batería de condiciones que rebajan implacablemente sus perspectivas, tanto en salario como en futuro como en tareas, siendo tratado casi como un gusano. Y si aún así acepta, a tragar ambos bandos con piedras de molino: el empleador para conseguir subvenciones o descuentos en las cuotas a la Seguridad Social, coge a alguien en quien no confía, y el empleado a ser tratado como una piedra en un rodamiento en donde todo encaja a martillazos.

Así que iba con esta mentalidad. Cuál no fue mi sorpresa cuando al entregar mi CV y leerlo, el que me entrevistaba, dueño de la empresa, un hombre joven y maneras sueltas y vivas, se puso “de mi lado” en plan colegui, al constatar que había trabajado en una de las empresas en las que él también había estado muchos años antes, terminando aparentemente mal, empatizando conmigo casi al instante.

No le dí importancia al asunto (en una entrevista no está bien visto echar pestes de nadie), y además me empeñaba en mantener las distancias, tratándole de “usted”. El otro casi se ofendió y anuló dichas distancias, tuteándome. Hablamos del trabajo, del horario, del lugar, datos técnicos y tal, y nos aceptamos mutuamente. Me enseñó el taller-almacén-trastienda, y ví escaleras manuales de fibra de vidrio, algo que me situó muy a favor de la empresa. Quedamos el viernes a última hora, para presentarme al resto de la plantilla.

En casa, llamé al encargado de nuestra común empresa del pasado, y le pedí referencias. “Un cabeza loca” me dijeron de él. Primer tic nervioso.

El viernes fui a la empresa y me presentaron a la mayoría de la gente. Reinaba un ambiente de confianza absoluto: muchos volvían de viaje de donde quiera que trabajaran; se descargaban y vaciaban furgonetas, se formaban corrillos, se bebía cerveza, un abuelo (imagino que padre del dueño) se había traído a la nieta o la sobrina, y paseaban por ahí como Pedro por su casa; se gritaba, se reía, se gastaban bromas… casi un gallinero. Yo me mantenía aparte. Me llamaron y me sentaron en la misma mesa de la entrevista, y al otro lado estaba el dueño y otro, y a mi lado otro más, todos jóvenes, chistosos y en confianza. En cierto momento, uno se levantó, obligó al “jefe” a levantarse un momento, rebuscó algo por ahí debajo de la mesa y sacó un trozo de costo, casi medio dedo pulgar de grande, dejándolo encima de la mesa, a la vista de todos. Yo, atento a lo que me decían, que empezaba el lunes, no presté atención a lo que significaba eso, pero al rato caí… Otro tic nervioso. Aquello era casi una propuesta de “doping” laboral al que parecía someterse toda la plantilla, o algo así, entre otras muchas conclusiones igual de nefastas.

El lunes llegué puntual de madrugada, y me aguardaba otro buen tic nervioso: el viernes, al poco de irme yo, habían decidido pernoctar en el lugar del trabajo. Con el jaleo que había y lo “colocados” que debían estar ni se les pasó por la cabeza el avisarme, y además no entraba en las condiciones que el “jefe” me había dicho en la entrevista: ida y vuelta el mismo día, con tres horas extras. Así que llegué sin equipaje ni nada. En aquel tiempo estaba apuntado a un cursillo de natación por las tardes (era Julio) por cuya matrícula había peleado mucho, y no entraba en mis planes dejarlo. Pero de golpe y porrazo me ví en esa disyuntiva. Decidí sacrificar el cursillo, más arrastrado por los acontecimientos que por decisión propia, meditada y personal. Me acerqué a casa a toda prisa, hice la maleta y me fui con ellos al lugar de trabajo, a unos 300 km. No veía tan descabellado el ir y volver el mismo día, porque gran parte era autovía.1634

El sitio de trabajo era un pueblo perdido por el norte, a pleno sol, con cuarenta grados a la sombra. El encargado y sus validos o “trepas” siempre a esa sombra, y no tocaban una herramienta mientras no les fuera la vida en ello. El resto trasegábamos con escaleras de mano de aquí para allá, de fachada en fachada, cada uno con nuestra bolsa de herramientas, taladro, alargadera, etc. Bolsa de herramientas que, por supuesto, me habían hecho firmar su contenido como responsabilidad mía, lo cual en principio me parecía bien, de no ser por el caos que era aquello, que se cogían las herramientas del que estaba más a mano y se “perdían”, así que yo no quitaba ojo de mi bolsa, lo cual me dividía más aún la atención. Varios tics nerviosos a lo largo de esa endemoniada primera jornada vinieron a hundirme, pero no lo suficiente, aún tenía esperanzas de acomodarme y encontrar mi lugar.

En los días siguientes se impuso la realidad de forma implacable:

-¿Tres horas diarias…? Nanay, cinco horas. De 7 a 21, con una hora para comer. Para eso se había decidido pernoctar y había que estrujar al máximo la disponibilidad, sin importar la salud ni el bienestar de la gente. Como éramos todos jóvenes, podíamos aguantar. Y encima no parecía cundir mucho, por la desorganización y los mencionados “trepas”.

-Sin equipo para resguardarme del sol más que el casco reglamentario, que era un auténtico engorro. El agua, bebíamos directamente de la fuente municipal, lo cual no tiene nada de malo, de no ser porque la fuente era de grifo en arqueta bajo llave, lo que quería decir que nos podían multar si nos pillaban abriendo y cerrando ese grifo. Prácticamente cada hora ponía la cabeza bajo el agua. Eso cuando la tenía cerca; cuando trabajaba lejos, a aguantarme y a cocerme en mis sudores. De haberlo sabido, hubiera traído gorras, trapos, gafas de sol, crema solar… para defenderme mejor en aquel horno al aire libre.

-Mi tía-abuela estaba muy enferma, llamaba cada día una o dos veces por teléfono para saber cómo estaba (moriría al fin de semana siguiente). Un compañero me dijo que si el “encargado”, un ingeniero joven, alto, flacucho, gritón, faltón, con muy malas pulgas y maneras, me pillaba hablando por el móvil en horas de trabajo, directamente me despediría.

-En aquellos tiempos era muy común la “escalera de contratas”, y aquella obra no era excepción. Esa empresa era subcontrata de una subcontrata de una contrata de la empresa de telecomunicaciones local. Algo que yo intentaba evitar siempre que podía, negándome a trabajar en E.T.T.s (regla que aún mantengo mientras pueda). Así que las chapuzas eran habituales (y qué chapuzas llegué a presenciar ahí, madre sagrada), la seguridad laboral brillaba por su ausencia y, por supuesto, el futuro era una incógnita.

-Manipulábamos escaleras portátiles de madera, dos hojas correderas con cuerda y polea, aprox. veinticinco kg. de peso y tres metros y medio de altura, la más grande, algo que siempre se me apodera y con las que no podía con toda mi alma… esa herramienta era y es mi talón de Aquiles en ésta mi profesión. De ahí mi tremenda decepción con respecto a la primera impresión en la visita de la trastienda tras la entrevista.

-Al terminar la jornada, tras cenar, yo me iba a la cama directamente y caía rendido, no sabiendo qué hacían los demás. Una noche en que estaba casualmente desvelado, ví que mi compañero de habitación llegaba borracho y, con los demás en la puerta, me rociaba por encima de ambientador, no sé si porque yo olía mal por el calor que hacía, o por hacer reír a los demás. Me incliné por lo segundo, ya que me duchaba siempre antes de cenar. Por supuesto, al día siguiente lo dije.

-La dueña de la pensión nos rogó que no matáramos a los mosquitos contra las paredes, que estaban recién pintadas y dejaban marcas de sangre. De ahí los “ambientadores”.

-Sufrí varios asomos de golpes de calor: sentí  cómo la vista se me nublaba, leves calambres en brazos y piernas, y me obligaba a controlar la respiración, porque literalmente me faltaba el aire.

-Las relaciones entre compañeros no eran buenas pese a las apariencias. Según pude entender de oídas, la semana anterior hubo serios desencuentros entre el “encargado” actual y “otro”; la plantilla se dividió en dos y se hacían mutuamente la puñeta. Esto llegó a oídos del “jefe”, el cual se llevó al “otro” a otra obra bien lejos de ahí, y según parece los efectos y rencores aún coleaban en el grupo. A finales de semana oí que el “jefe” en persona vendría a encargarse de la obra, y que entonces rezáramos de las broncas y el ritmo que impondría. Yo esperaba que la complicidad despierta en la entrevista me “protegiera”… si es que llegaba hasta entonces.

Pero no llegué. El viernes por la tarde, de vuelta a Zaragoza, decidí irme de ese zoo sin vallas. Tras descargar las furgonetas me senté en la esquina de un banco de las taquillas y agaché la cabeza, respirando despacio y retomando por enésima vez el control de mis nervios, recuperándome de tantos tics nerviosos, mientras a mi alrededor todo eran gritos, risas, bromas y jaleos. Noté que alguien me tocaba en el hombro, y ví los zapatos del “jefe”. Levanté la cabeza despacio y mirándole a los ojos, le dije con voz clara: “El lunes no vengo más”. Su sonrisa desapareció y su rostro se tornó serio.

No recuerdo apenas lo que pasó después, de tan cansado y hundido que estaba. De ahí la anterior descripción, diáfana y clara como el agua en mi recuerdo. Se me llevaron aparte, una simpática secretaria me calmó, solté todo lo que tenía que decir, mis planes truncados, mis condiciones hechas polvo, lo que había visto y oído; a uno que afirmaba que allí eran todos iguales le eché en cara que era mentira…

Ese mismo fin de semana el nerviosismo se desató en una salvaje contractura dorsal que me duró cinco días, sin contar las secuelas. Tanto manipular escaleras que me podían desembocó en eso. Aparte, el sábado por la tarde-noche, fallecía mi tía-abuela, con lo que el cuadro estaba completo. El lunes cogí la baja, y a la semana siguiente, me echaron.

De este trabajo, no hubo ni un aspecto positivo a destacar. NI UNO. Como en los demás trabajos anteriormente citados aquí en mi blog, bajo esta etiqueta.

martes, 12 de julio de 2011

BALADA PARA ADELA.

 

Mañana soleada y festiva,1272295311_45815387_1-Fotos-de--se-busca-profesora-o-persona-que-prepare-coreografias-para-grupo-de-flamenco-1272295311

degustando a desconocido,

escribo un signo social de vida

en un anfiteatro marino.

 

Princesita de agua en escayola,

tus columnas recias de alabastro

orientan a un pueblo que enarbola

intenciones, pero no atentados.

 

El paciente océano te anima

sin que el seco cansancio gremial

agriete tu engarzada sonrisa

ni tus pies calzados en cristal.

 

En mi honda sima de aguas raras

repleta de corales nocturnas

cayó arriba una gota helada...

¡Ay, qué alud a la luz de la luna!

 

Ay, Adela,

cómo llegas.

A Poseidón, abismo del mar,

dí mi vela,

y ahora, navego en tinta a ciegas.

 

Margaritas en ambos tobillos

se deshojan al ritmo del tango,

y entre tus manos, el carboncillo

bosqueja el ocho echado del mambo.

 

Pasodoble en el ruedo sin toro,

rock’n’roll de aspas dicharacheras,

con el cha-cha-cha llegó el decoro

de podar la vid de la pareja.

 

Aguas bien lodosas y elegantes

enturbian en sus redes de aguja

el marfil tallado que aceptaste,

a cambio de tu voz, a la bruja.

 

Alpes serviles, y vuelta al mar;

un cauce de arroz y castañuelas

disuelve mi ataguía de sal

que un rey ya tendió a tu ciudadela.

 

Ay, Adela,

cómo llego.

En mi noche, la gigante roja

con su estela

gira en torno a su agujero negro.

 

De ermitaño, ayuno entre arañas

que tejen moho en el tragaluz.

Tras cantar al cuerpo una semana

asalto la inversión de la cruz.

 

Más eslabones forjados hoy

alargan el corazón de palabras.

Pues, como fragua en polvo que soy,

ésta es mi maldición... de oro y plata.

 

Ay, Adela,

cómo nos vamos.

Tú a la orilla norte, yo a la sur.

Centinela,

ya puedes cerrar. Ya viene el amo.

 

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sábado, 9 de julio de 2011

Para Leer Despacio: “Danza para mí”

De la misma manera que afirmé en su día y sin pudor alguno que soy muy sensible a la lencería íntima femenina, hoy sublimo mi ardor visual por una danza íntima... a pesar del calor que hace, o precisamente a causa de él.

Bailar es lo primero que viene a las mentes de los demás, pero no ahora a la mía.

Bailar es moverse al ritmo de la música en pareja, a dúo. Y también en grupo, dependiendo del baile.

Pero danzar es mover el cuerpo para expresar algo: elegancia, misterio, lejanía, atracción, deseo, energía, incluso tristeza... Algo que debería estar integrado en la vida cotidiana, y más si se vive en pareja.

Y las mujeres parece que tienen ese arte “grabado” en sus genes. Con un poco que practiquen, ya despiertan todo ese tremendo potencial seductivo, concentrado en su mayor parte en… ¿adivinan dónde? exacto, las caderas.

Eso que nos ganan a los hombres, además de en algunas otras cosas.

Yo me he visto "danzar" en un vídeo, y no doy pena, no; doy grima. Un oso baila mejor que yo.

"Nueve semanas y media", "Abierto hasta el amanecer", "Gilda"... fueron despertares por esta sensación visual y musical nunca satisfecha del todo.

Claro que… se puede argumentar que, de esto, uno nunca tendrá suficiente.

Pero debo ser muy sibarita y tradicional, puesto que también sueño con una hermosa odalisca de Oriente medio, turca, egipcia, israelí, libanesa... cargada de sedas y pedrería, melena negrísima, densa, miradas que enganchan, sonrisas veladas,  interpretando una danza del vientre o de las caderas que culmine en un desnudo casi integral.

Pero por más que busco en internet "versiones" amateur de las mencionadas obras cinematográficas, además de "bellydancers" que enseñen sus atractivos cuerpos al final de un numerito, no encuentro apenas vídeos donde se den ambas cosas: danza profesional, o casi, con desnudos eróticos y encuentros sexuales al terminar.

Será que son campos incompatibles. Una danzarina profesional, que entrena duro para ganar premios, no arruinará su carrera por mostrar sus encantos íntimos en público. Y una actriz X no se va a molestar en aprender a danzar para aportar algo propio en su “arte”, si le basta con enseñar chicha. Además, las películas XXX no priman eso…

En cualquier caso, disfruto mucho viendo vídeos como estos:


Ansuya




Y estos…
Felix Cane
Jenyne Butterfly

Lo común en todos ellos es la dedicación exclusiva de sus protagonistas. Mucho, muchísimo entrenamiento, talento y sensibilidad tal que, fuera de competiciones y en grabaciones espontáneas, subliman mucho a los espectadores…

Esto no quiere decir que no disfrute de ver una danza de una chica normalita, con sus limitaciones, sus tics y sus adorables timideces. Las gorditas tampoco se libran:






Y sobre música, ahora mismo me viene a la cabeza que lo mucho que en su día me llamaron la atención Papa Levante y su “Me pongo colorada”, y me quedé con sus suaves ondulaciones de brazos y manos durante toda la canción como nota máxima, ayudados por las ondulaciones de las caderas.

Por supuesto, una moraleja analítica y a la vez calenturienta de todo esto, es sentir todos esos movimientos cuando estoy “dentro” de ella… Supongo que será programación genética, o algo así, pensar que una mujer que es capaz de danzar así, será capaz de engendrar una buena descendencia, y que por eso lo tengo entre ceja y ceja.

domingo, 26 de junio de 2011

Largo WINCH nº 17: “Mar Negro”

Una de mis aficiones de siempre son lo cómics. Tanto el franco-belga como el norteamericano. Ya dí algunas muestras de esta afición aquí y en la siguiente entrada  (que por cierto, tengo que actualizar, muchos enlaces ya no funcionan Triste (enlaces reemplazados y actualizados: entrad y extasiaos… los varones, digo Lengua fuera Guiño

Una de las colecciones que sigo es “Largo Winch”, de Philippe Francq al dibujo y Jean Van Hamme al guión, un ejemplo de lo que dentro del realismo del cómic franco-belga se basa en el mundo financiero, con todos sus entresijos, sin renunciar a la acción, la intriga, el suspense y el arte, siendo otros ejemplos “I.R.S.” o “El gran fraude” (lo siento, no existen todavía enlaces a ambas series en la Wikipedia)5676185279_d50909aa4d

Como en todos los demás ejemplares de dicha serie, y más en los últimos números, a mí lo que más me llama la atención es el tratamiento del color: tonos claros, casi eléctricos, incluso en aquellas viñetas de ambientaciones oscuras. Se rehúye del negro (rarísima excepción dentro de la tendencia general de todo dibujante de cómic que se precie), dando una sensación de luminosidad que parece que se enciende una luz cuando se abre el libro al azar (y si por casualidad son las escenas de la boda, entonces la sensación es aún mayor).

Dejando esto claro (nunca mejor dicho), el argumento es el típico de todos los arcos anteriores: chanchullo a espaldas del protagonista, del que se entera por trágicos acontecimientos; implicación activa y personal en la investigación de la trama junto con su “Sancho Panza” particular, con sus habilidades y torpezas; aliados y oponentes ocasionales a lo largo del transcurso de la acción, cuyas implicaciones se radicalizan a favor o en contra… y fin del episodio en un momento álgido del relato, dejándonos a todos mordiéndonos las uñas con el odioso “Continuará”, maldición y bendición a la vez de este tipo de ocio.Echando humo

No obstante, algo como esto, aunque su objetivo sea entretener, no podía permanecer al margen de la crisis económica que por desgracia nos sacude a todos. Así que los autores se han permitido incluir dos recursos narrativos que seguramente echará para atrás a más de un potencial lector acostumbrado a los dibujos desde el principio.

Lo primero es una circular a modo de prólogo, redactada por el protagonista, en donde se explica con lenguaje común el funesto devenir de los acontecimientos que generaron la crisis, que también sirve para poner al lector en antecedentes de la nueva situación general en la que se desarrollará la trama a partir de entonces, situándola en el mundo real. Y lo segundo, una entrevista en un medio de comunicación de masas en donde se analiza la situación y se proponen soluciones honestas y juiciosas para salir del atolladero.

En medio de dicha “entrevista”, se ha incluido una viñeta que a mí por lo menos me despierta una sonrisa de oreja a oreja: algunos presidentes directores generales poniendo cara de circunstancias ante una de las medidas impuestas, la bajada de sus elevadísimos salarios a la mitad, tragando bilis y callando. Y más simpatía me cabe aún presentar al jefe de todos ellos como un cretino malcriado, estirado y protestón, capaz de pataletear presentando su dimisión… para retirarla poco después. Demostrando que son seres humanos, y no robots intocables e implacables que viven en burbujas blindadas a los que hay que temer y darles toda la libertad que quieran porque a saber de qué serán capaces si se les tose siquiera un poquito.

En esta “turba selecta” incluyo yo a “elementos” reales, como E. Botín (Banco Santander), C. Alierta (Telefónica), F. F. Ordóñez (BBVA), y tantos y tantos otros desalmados… sólo que sin nadie encima que les ponga las riendas y los ate en corto,Enfadado como en esta ficción.

Y también pone en evidencia uno de los dilemas que sacuden ahora a la gente: si esta tropa de “figuras” que han ocasionado la crisis con su gestión irresponsable no sólo no se sacrifican sino que se retiran con elevadísimos “despidos dorados”, ¿porqué la gente común, yo mismo por ejemplo, debo sacrificarme voluntariamente readaptándome a lo que exigen las nuevas reglas del mercado? Sé que al final tendré que pasar por el aro, pero de mala gana, a regañadientes y con mucha, mucha rabia interior.Demonio Pensativo

En fin… Volviendo al cómic, tan sólo me queda apuntar una crítica argumental: si todos los motivos que instigan al protagonista a “meterse en harina” implican el desembolso de al parecer ilimitadas cantidades de dinero… ¿porqué no se le ocurrirá a un “malo” corriente y moliente secuestrar a personas cercanas a él a cambio de parte de ese dinero? Corriendo el riesgo de ser pillado, sí, porque parece que nadie puede evitar ser cazado gracias a sus métodos poco ortodoxos (toda historia debe acabar bien, es condición inexcusable en ésta y en cualquier otra serie…). Si cada vez que alguno de los suyos es secuestrado, o chantajeado, o extorsionado, y él debe acudir como quijote en su rescate… Esta idea, a pesar de que su desarrollo sería demasiado simple como para suscitar el interés de los lectores, tira por tierra el pretendido “realismo” del que se intenta dotar a todas estas historias.

Bueno, espero haber avivado un poquito la curiosidad de ajenos a esta afición a saber por sí mismos de qué estoy hablando… y también espero no haber “destripado” el grueso de la acción, algo que se me reprochó muy justificadamente aquí, en el primer comentario (no caí entonces en ese detalle… Ruborizado Ruborizado Ruborizado Ruborizado pero es que la sensación a transmitir en ese texto era arrolladora y… Ruborizado Ruborizado Ruborizado )

jueves, 26 de mayo de 2011

Qué poco cuesta perder ahora una relación.

1694115-el-comercio-y-la-industria-rojo-las-redes-de-pesca-y-barcosEn el mundo virtual, cuando se establecen lazos, éstos son aparentemente fáciles de lanzarse y que se traben entre sí, como una maraña de sedales de pesca en un mar muy rico y movido. Luego sólo se tiene que halar y a ver qué sale de ahí. La facilidad está en que, si no convence lo que se ha pescado (o mejor dicho, la otra barca a la que conduce el otro sedal), se deshace, se saluda cortésmente a la otra persona a través del agua, y se lanza otra vez, a ver si pican.

Todo esto que tan fácil puede parecer las primeras veces, ya no lo es tanto cuando se llevan muchos intentos. Quizás las expectativas, las huellas que dejan esos tratos efímeros, las sensaciones que se despiertan cuando se profundiza y se afianza hasta que una de las personas tiene que poner los puntos sobre las íes, o deja de responder… hace que la concha en la que se refugia cada día después de navegar por internet se vuelva más rígida, más opaca y más quebradiza. Una extensión de lo que sucede en la vida real, sólo que no tan cruda y palpable.

Y también, como en la vida real, las pérdidas virtuales duelen, aunque se tienen a mano distracciones y pasatiempos virtuales que sirven de amortiguamiento personal, dando una imagen más frívola y pasable a dichas pérdidas. Y aunque no se tengan más bemoles que asumirlo y seguir adelante, en la dirección que le lleve la nariz (o el puntero del ratón), cuando se echa la vista atrás, no se puede evitar recordar las numerosas afinidades encontradas, que en su rapidez y disponibilidad inmediata, se han establecido… y se han diluido con la misma facilidad.

Pero todo esto cambia completamente de registro cuando se unen ambos mundos: el virtual y el real. Porque las reglas y excepciones de uno se tienden a cumplir también en el otro. Cuando se inicia una relación virtual, ésta empieza como una más de tantas. A lo que se da cuenta, se ha ido profundizando, encontrando coincidencias, abriéndose mutuamente y con alegría, algo fácil y típico del mundo virtual. Luego, si por un casual se lleva al mundo real, la mitad o más del trabajo ya está hecho. Ya se conocen, ya han desarrollado una complicidad, un conocimiento mutuo más o menos sincero, lo suficiente como para provocar ese paso: verse físicamente. Y aquí entran las implacables reglas y limitaciones del mundo real, que aquilata esa relación, templándola casi hasta el punto de rotura. Pero… si aún así se continúa, entonces lo que sucede es una mezcla muy libre de las características de ambos mundos: llamadas al teléfono móvil, emails, chats, facebook… quedadas al momento, citas confirmadas en pocos segundos, cafés, copas, comidas, cenas… y todo lo que viene después.

Pero… todas las facilidades puestas para que se dé eso, no pertenecen intrínsecamente al mundo real, pese a que parezca que sí. No hablo sólo de la distancia física (el mayor y más común impedimento para que una relación virtual se fragüe en real), sino de la “empatía común final” (por llamarlo de alguna manera), ésa que hace que una relación que empezó todo chispa, alegría, simpatía, derroche de atenciones y disponibilidad, se transforme por ley de vida en el día a día en común, juntos, con un proyecto muy arriesgado, donde se echan las raíces necesarias para que funcione… Si no funciona, es entonces cuando entra la limitación virtual de terminar esa relación con la misma facilidad y rapidez con la que se estableció.

Y si una persona no es lo bastante madura como para aceptar eso, empiezan los acosos virtuales, las herramientas virtuales para soslayar eso, bloquear tal cuenta, o borrarla y empezar otra con otro alias, frecuentar otros círculos virtuales… Algo que en el mundo real no se puede dar así como así.

En fin… Toda esta retahíla de psicología intuitiva me lleva a la siguiente conclusión: a mí por lo menos me duele casi tanto que se termine una relación virtual sin contacto físico ni visual, que una real. Y me duele más aún si esa relación empezó en el mundo virtual, se llevó al real, y se termina como una virtual.

Y finalizo aquí retomando la metáfora de la concha, que se vuelve más rígida, más opaca y más quebradiza, pero que aún así, tengo que echar otra vez los sedales… con más cautela y lentitud, eso sí.

sábado, 21 de mayo de 2011

Puesto de trabajo: peón de obra en zanjas.

… en una empresa de canalizaciones de gas público.

3930_3718_ZANJASEra mi primer trabajo “legal”. Allí me dieron mi número de afiliación a la Seguridad Social. A pesar de haber cumplido trabajos más o menos sostenidos con anterioridad, pero sin ánimos continuistas; a pesar de que dichas tareas eran de tremendo esfuerzo físico (de ahí derivó una doble hernia inguinal de la que me operaron casi diez años más tarde, y problemas de escoliosis permanente), de que el reglamento laboral no prohibía la manipulación de pesos que ahora sí están terminantemente prohibidos; a pesar de ser menor de edad, en dichos trabajos cumplía, a regañadientes, pero cumplía porque era lo que se esperaba de mí, todo esto quedaba digamos “en familia”; a pesar de todo esto, digo, nada de ello me había preparado para el crudo, frío y competitivo mundo laboral. Para sus puñaladas traperas entre compañeros. Para las ocho horas seguidas en constante tensión. Para los trepas y los caraduras. Para cuestiones de “respeto” a los veteranos, fingir que se rinde y que no se para, aunque no haya nada que hacer. Para saber cuándo callar y cuándo hablar, con qué tonos y con qué actitudes…

Mi padre era chapado a la antigua. Provenía de un mundo donde el trabajo era valioso por sí mismo, cuanto más esfuerzo físico o más arte y técnica, mejor; donde la organización y la gestión de una empresa era un arte misterioso que se llevaba mágicamente por si misma, y que fuera como fuera la empresa, aunque estuviera en la ruina, el trabajo de toda la vida era lo más importante. Donde se sobrevivía a base de créditos para pagar otros créditos…

Y esa fue toda la educación laboral que recibí antes de ponerme a ello. No me asustaba el trabajo duro, el esfuerzo, sudar, encallecerme las manos. Lo había presenciado durante toda mi corta vida a mi alrededor: abuelos, padres, hermanos, amigos de mis padres… Pero estaba pánfilo total en todo lo demás. Y por ahí vinieron los traumas.

Un pariente  político mío vino arrasando un día diciendo que me había conseguido un trabajo por medio de un conocido suyo. Encorbatado, bien vestido y tal, otro de la misma calaña necesitaba peones de obra. Y llevado por las expectativas familiares, por la presión espontánea previamente cultivada, acepté.

Una entrevista informal donde se me puso al día de lo que debía hacer, un contrato de fin de obra, la cartilla provisional de la Seguridad Social, y… a trabajar, un precioso día de abril.

Lo primero que aprendí fue a ir con las manos fuera de los bolsillos. Algo que según parece enseñaban en la mili a base de palos, de la que yo me libré por mi sordera parcial. Pero eso no significaba que también me librara de los golpes de la realidad, de mi turno de “marcado” y aprendizaje en carne viva.

Lo segundo, a no ponerme a la vista del empresario o patrono sin nada que hacer. Aunque esto lo aprendí demasiado tarde, cuando ya habían decidido prescindir de mí y de mi ingenua y todavía cándida novatez.

Pues sólo duré quince días. El esfuerzo físico era tremendo: picar y cavar tierra, retirar escombros, asfaltar, picar hormigón, manipular martillos neumáticos o aplanadoras autónomas… Y todo ello, sostenido, hiciera sol o frío, tuviera sed y cansancio, me machacara los riñones, me desollara las manos o se me “entablara” la espalda…

picos y palas

Al cabo de cuatro o cinco días, tenía la permanente sensación de que a mí me tocaban los trabajos más duros, de que ése era mi destino, mientras miraba con envidia desde el fondo de las zanjas a quien manejaba la excavadora, la pala o el camión; sólo unas palanquitas, fijarse en lo que está haciendo, y estar pendiente un poco en derredor, cuando acomete una maniobra. A quien iba de aquí para allá con el camión. A quien portaba un metro, una carpeta y un walkie-talkie, y realizara mediciones. No me creía digno de esos puestos, ya que era el recién llegado y no sabía nada…

Desde el fondo de la zanja, rebozado en sudor, dolores varios, cansancio, calores, me preguntaba qué demonios era todo aquello. Atisbaba en qué mundo estaba a punto de entrar, incrédulo, inocente y ciego… Eso cuando era capaz de reflexionar fríamente en algún breve descanso. Pues la mayor parte del tiempo sentía pánico y rencor.

¿No había sacado una Formación Profesional de cinco años de electrónica para verme en esa situación todo el resto de mi vida? ¿no había cumplido con lo que me exigían, Graduado Escolar, FP I y FP II, en esfuerzo, en dedicación, en tiempo de estudio, en incontables exámenes aprobados, en pasar un curso tras otro intentando no repetir, en ese puñetero “trabajo a fondo perdido” que me pedían cumpliera en mis ratos libres porque era mi obligación familiar? Miraba entre profundas respiraciones, latidos en las sienes y ojos casi desorbitados por el calor y el sobre-esfuerzo a los compañeros veteranos y los veía seguros de sí mismos, y me preguntaba cómo demonios sobrevivían. Qué tipo de vida habían llevado para acabar así. Todo lo que me empujaba a superarme día tras día en mis estudios estaba saltando por los aires.

Rencor encendido pero contenido a la gente que paseaba por las aceras, a ras de mis ojos. ¿Porqué permanecían todos tan tranquilos, cada cual a lo suyo, cuando a dos metros de sus pies un ser humano se desmoronaba casi literalmente? ¿porqué ese tipo trajeado disfrutaba del cochazo en el que se acababa de bajar y se dirigía todo ufano a una oficina portando un maletín que probablemente costaba más de lo que yo ganaría en todo aquel día y los anteriores? ¿porqué un trabajo primario como el mío de entonces era “rapiñado” socialmente y de forma tan implacable y metódica por trabajos secundarios o terciarios? Abría zanjas para canalizar gas de calefacción a oficinas donde estuvieran confortables, y sin embargo, los que trabajaban ahí intentarían por todos los medios desproveerme de mis ganancias, porque medraban con eso… Miraba una valla publicitaria, y odiaba profundamente a la modelo que sonreía al lado del producto: “¿Eso es trabajo y ésa cobra por ello?”. Odiaba a los actores que anunciaban una película, poniendo cara de circunstancias: “¿Eso es trabajo y ésos cobran por ello?”. Odiaba a los cantantes de moda que había seguido en mi adolescencia: “¿Eso es trabajo y cobran por ello…?”

Ahora, casi veinte años después, paseo por las calles enladrilladas o asfaltadas en las que fui “armado caballero” y pasé a formar parte del entramado social, y todavía me encojo levemente de angustia al revivir aquel aherrojamiento. Ahora, veo en internet, en la tv, en la calle, a la gente trabajando en eso, y aún me pregunto cómo conservan el buen humor y el gusto por la vida entre tanto linimento. Ahora, veo una mayoría de negros y latinos en dichas obras, y cumplen con su trabajo con una sonrisa en los labios. Y algo se me remueve encima del estómago: ¿de qué infierno debían venir…? Por mi trabajo habitual (que no actual), me relacionaba con ellos ocasionalmente, y no podía sino sentir vergüenza íntima ante su voluntariedad y seriedad. Y cuando, en una ocasión, se me ocurrió comprar una botella de agua fresca de litro y medio y dársela a una brigada de peones en torno a una gran arqueta que estaban abriendo a pleno sol, la sonrisa que me dedicaron todos fue como un pequeño bálsamo de compañerismo…

Todo esto me inquieta mucho ahora, pues es una pesadilla que constantemente creo que se va a cumplir en mi próximo trabajo, sea cual sea… Junto con la sensación de que, por mucho que me esfuerce, no rendiré, o no se me valorará lo suficiente, o lo más común, a pesar de cumplir, siempre estaré sujeto a los caprichosos vaivenes del mercado y de unos cretinos con másters, titulaciones pomposas, colegiamientos, agendas repletas de contactos y corbatas que hacen y deshacen a su antojo.

viernes, 13 de mayo de 2011

Rapada.

Suelo tener prontos que chocan a la gente de mi alrededor. Pero los que me conocen, al ver las consecuencias, únicamente levantan una ceja, formulan un par de observaciones y siguen con lo suyo.

Uno de esos prontos es demostrar al resto del mundo que estoy mal, que me asquea todo, que mientras estoy así, no cuente conmigo para ningún proyecto, que tratos los menos posibles, desgracias (una forma de negar rotundamente ”gracias” como cortesía, o de mandar a tomar por culo a quien le moleste o ponga alguna objeción). Y esta forma es raparme el pelo yo mismo al uno. La cara ya la tengo avinagrada, y no la puedo controlar; pero el pelo sí. Así que, al desaparecer recientemente uno de los motivos (en realidad el único) por que cuidaba más o menos mi aspecto físico, he retomado este signo de rabia y rechazo, me he metido en el baño, he esgrimido la rapadora que estaba acumulando polvo tras más de un año sin usar, y… adiós pelo. Así me ahorro el peluquero, se formará menos pelusa en mi casa, estaré más fresco y tendré el cuero cabelludo más a la vista, y por lo tanto más sano y limpio. Y al que no le guste, que se vaya a la puta mierda.

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Y mientras esté en este túnel social, seguiré así, rapándome cada dos semanas o así. Sé que es una pescadilla que se muerde la cola, y que probablemente el túnel no tenga salida, nunca veo el final cada vez que entro en uno (el último duró casi tres años), ya que así rehúyo a la gente, pero es que estoy harto. La desesperación y la amargura me hacen tropezar constantemente, y es la gente de mi alrededor la que sufre. Así que con esto, digo sin palabras: “alejaos de mí”.

De hecho, invitaría a los que están hartos a raparse el pelo como señal de protesta, a ver si así formamos una manifestación espontánea de un país al que le falta cada vez menos para convertirse en un campo de concentración selvático, en donde impera la ley del más fuerte, o del más desvergonzado, o del más caradura… Formaríamos los piquetes de “acoso a los que nos toman el pelo”.

jueves, 21 de abril de 2011

Puesto de trabajo: lector de contadores eléctricos.

Acababa de dejar un currículum vitae en una empresa de electricidad. Era por la tarde. Un par de calles más allá, me llaman por el móvil y me requieren de esa empresa. Suspiro profundo. Ya está liada, pero en fin, estoy buscando trabajo, y no es cosa de dejarse influenciar por oídas de la fama de la empresa. Igual es decente y todo…

Necesitan a un operario para meter lecturas de contadores eléctricos domésticos. No es el puesto que esperaba, a mí me gusta tirar de cable, cortar, pelar, crimpar (embutir, insertar, presionar), conectar, taladrar, poner cajas, tubos y bandejas, medir, ensuciarme las manos, subirme a escaleras, transportarlas… Pero, lo dicho, no voy a poner reparos. Acepto, y empiezo en dos días.

Me ponen con un veterano. Se supone que en tres días ya debo manejarme por mí mismo. Empieza la auto-presión, la ansiedad por aprender como sea, poniéndome encima del compañero, tapándole la luz si es preciso. Mi torpeza es antológica, y la máquina que se maneja para ello parece un ordenador portátil, con las instrucciones y el menú en inglés.

La máquina que le han dado ese día está rota, cascada por una esquina. El veterano se queja, ya que ha tenido problemas con otras máquinas que o bien no memorizan los datos, pese a que aparezcan en pantalla, o bien se borran al cabo de un rato, o bien al final de jornada se pierde todo porque entra una gota de agua por la grieta, y además no quiere responsabilizarse de aceptarla y que luego al final del día le echen la culpa a él de esa rotura. No son precisamente baratas. Le dan otra un poquito mejor, pero que fallan una o dos teclas, y hay que darle dos o tres veces para asegurarse, metiendo la lectura, y aún así falla... Tic nervioso de incomprensión.

Cuando vamos al coche, es el particular del veterano, quien me dice que, si tengo coche, se lo oculte a la empresa, porque ni pagan la gasolina ni nada. Otro tic nervioso.

Ese día, a él le toca un barrio periférico del noreste de la ciudad. Fincas, casas separadas, huertos, tractores, talleres y naves desperdigadas por doquier. Para ir a muchas hay que meterse por caminos que, en caso de lluvia, ríete tú de una playa arcillosa de ciénaga. Otro tic nervioso.

Como es horario laboral, en muchas casas no nos abren. Hay que volver otra vez, bien más tarde o bien al día siguiente. Por supuesto, la hora de comer, posponerla, que es cuando suele estar la gente que no contesta. Y hay que hacer de quinientas a seiscientas lecturas. Otro tic nervioso.

Y eso que es “zona rural”, que si son edificios con cuartos de contadores centralizados, son casi mil quinientas. Otro tic nervioso. El pánico empieza a hacer acto de presencia. “No podré con esto”

Nos acercamos al primer contador. Es exterior, dentro de una caja de plástico con tapa traslúcida, casi opaca, por el tiempo. Estoy yo intentando divisar dónde están las cifras en el difuso cuadrado blanco del contador, cuando mi compañero se retira. Ya ha leído lo que tenía que leer, y mete las cifras andando. Yo pestañeo, confuso. Intento leer lo que pone, uso la técnica de la “cabeza de gallina”, leer con movimiento, pero no veo un carajo. Mi compañero sí. Otro tic nervioso. A lo largo de la jornada compruebo que casi dos tercios de las lecturas son así. Otro clavo de “no podré con esto”.

En el coche, le pregunto cómo puede meterse por esos caminos que lo más seguro es que le averiarán el coche a la menor. El coche no es gran cosa, un utilitario, pero es su coche. Responde que no le queda otra. Otro tic nervioso.

A lo largo de la mañana, la cosa va un poquito mejor, más “normal” dentro de lo que cabe. Expectativas tan rebajadas, que cualquier mínimo detalle bueno viene a ser un rayo de luz entre los nubarrones. En una finca sin vallas ni nada, donde han removido tierra, el contador está en un poste sobre un montículo bastante alto. Trepo por él, voluntarioso y alegre por haberlo encontrado el primero, llego al armario y lo abro. Casi caigo rodando por la ladera del salto atrás que doy. Un nido de avispas sale a plena luz del día, y sus guardianas tienen muy malas pulgas. No sé cómo he leído los números y cerrado enseguida, pero el susto me deja tembleque. Tanto que el nuevo tic nervioso pasa desapercibido.

El compañero me tranquiliza, y el dueño de la finca que nos ha guiado se ríe. Debe de ser una situación muy cotidiana para él, pero yo, con la ansiedad que arrastro de todos los despropósitos de la jornada, no estoy como para considerar esa situación como normal, sino como estar en una concurridísima trinchera de la que no sé si voy a salir con vida.

Hasta aquí el primer día. Terminamos a las cinco, sin comer. Sólo un bocadillo que el compañero comparte conmigo, ya que yo no lo tenía previsto, comido casi a la carrera. Casi dos horas extras que, por supuesto, no nos van a pagar, pese a que pagan una miseria. Otro tic nervioso.

Al día siguiente, me ponen con otro más centrado, en una ruta más normalita, en un pueblo más conocido por mí. Coche de empresa, ya que es en el extrarradio urbano de la ciudad, comida en restaurante de carretera también de empresa. Máquina lectora decente. Como el de ayer, el tío maneja la máquina con las dos manos, metiendo los datos con ambos pulgares mientras va de una casa a otra. Y encima, se para a saludar y hablar con los lugareños. Algunos tienen que coger unas llaves, dar la vuelta a la manzana y abrir portones de forma lenta y cansina.

En un edificio de viviendas de tres plantas, con la correspondiente centralización de contadores en un cuarto a la entrada, el compañero detecta un fraude. En uno de los zócalos vacíos, donde se supone que debe haber un contador, los cables están pelados y conectados sin más. El compañero me lo muestra y toma nota de la dirección, diciendo que si la suministradora eléctrica certifica ese fraude, te pagan… seis euros. En mi fuero interno, me callo, pero por seis euros, yo pasaría de privar a una familia de la luz que probablemente no puedan pagar. O que roban directamente porque no quieren pagar, pero ante la duda... En cualquier caso, por uno o dos casos al mes, yo no me molestaría. Y dado que el revisor, es decir, mi compañero, o yo en unos pocos días, es el único que cae en la cuenta de ello, me parece una miseria. Que le den a la suministradora, que gana muchísimo más dinero con mandangas mucho más censurables. Todo esto, por supuesto, me guardo muy mucho de decirlo en voz alta, pero creo que cometo el error de no preguntar nada, no insistir en saber detalles, creo que se me ha visto en la cara esa resolución…

Como el pueblo no está demasiado lejos de la ciudad, hay urbanizaciones nuevas de viviendas que han entregado en el último mes. En cuanto enfilamos la nueva calle, mi compañero tuerce el gesto. Todas las casas iguales. Parecen adosados del ejército. Cada una con su armario de contadores, que hay que abrir, tomar la lectura, y cerrar. Me da unas llaves y me dice que vaya abriendo, que él irá leyendo y cerrando. Así a bote pronto, unos ciento cincuenta. Como son nuevos, muchas cerraduras no funcionan a la primera, y hay que insistir. Acabo con los dedos hechos cisco, inflamados, insensibles, enrojecidos.

Son ya tantos tics nerviosos, tanto “no podré con esto” resonando sordamente en mi interior, que me abandono. El tercer día, pese a mi voluntariedad y mis ganas de rendir, a media jornada decido renunciar al puesto. Respiro hondo, y todo se ensancha en mí. La luz entra, todo brilla de nuevo. Esa misma tarde, al llegar a la empresa, comunico mi decisión. La chica que atiende las máquinas lectoras levanta una ceja nada más. Debe haber oído las conclusiones de los veteranos que me han llevado estos tres días, diciendo que no valgo para esto…

miércoles, 2 de marzo de 2011

Para Leer Despacio (PLD): Expresiones de amor graduado.

Debería existir una serie de términos que expresen tanto el nivel como la necesidad de trato que se tiene, se propone y se desea. Una escala métrica de atracción verbal. Expresiones que sean más o menos inequívocas en cuanto al grado de atracción que se experimenta.

Creo que ahora, con internet, donde las relaciones se hacen y se deshacen con mucha frecuencia, quizás demasiada, es algo que se echa en falta, aunque no se diga en voz alta.


A continuación propongo una lista, a la que se pueden añadir otras enmedio, o cambiar de lugar según las preferencias de cada cual.

No quiero decir que para que se dé una se tienen que cumplir categóricamente todas las anteriores, pero creo que puede ayudar bastante.

Ojo: dada la progresión logarítmica de implicación personal, aplicar sólo en futuribles relaciones de pareja.

Ahí van, de menor a mayor, o bien, de la más liviana a la más fehaciente, como queráis.

"Eres del montón, y como tal, te respeto".

"Me llamas la atención".

"Tus palabras, razonamientos, cultura, experiencia... me interesan".

"Siento curiosidad por tí".

"Me haces reír".

"Quiero conocerte mejor".

"Te aprecio".

"Me siento a gusto contigo".

"Quiero contar contigo".

"Me enamorisco de tí".

"Quiero follar contigo".

"Me gustaría que nos abrazáramos".

"Quiero dormir contigo".

"Quiero estar contigo" (ésta se puede sustituir por "Necesito comprometerme contigo").

"Quiero tener sexo cariñoso y largo contigo".

"Te quiero".

"Te amo".

En esta última se incluirían sinónimos como "daría mi vida por tí", " todo lo mío, incluso mi cuerpo, es tuyo", "no puedo vivir sin tí", "toma mi aire porque se aprovecha mejor", "me duele que estés lejos de mí"... y otras tantas expresiones que sólo los que están en este grado emiten, sin importarles la presencia ajena ni la ridiculez en la que quedan...

Entre dos medidas continuas, las líneas de división pueden difuminarse, e incluso saltar una o dos posiciones. Pero de lo que sí estoy seguro es que, de la primera "eres del montón y como tal te respeto" a la última, "te amo", hay un trecho muy claro, que incluso una máquina o un animal irracional podrían admitir, que convendría marcar con mojones permanentes e inamovibles...

También existe una escala inversa, referente al odio, pero en ésa no me meto ni quiero imaginármela.

martes, 1 de marzo de 2011

La muñeca de silicona (3).

-Ay, Arturo, Arturo… Mira que te lo he puesto fácil, ¿eh…? Sólo tenías que coger el bote de tomate y echar a correr un poco tras ella, nada más… En vez de eso, te has quedado con el bote en la mano, y sin mirarla a ella siquiera lo has metido en la bolsa… Ay, si ya lo sabía tu abuelo, hace tantos años, lo difícil que sería este paso para tí, cuando intentaba que conocieras a alguna vecina, o incluso piropeaba con galantería veterana y discreta por tí y para tí, pero tú te refugiabas en la cerrazón de tu timidez patológica… Está visto que voy a tener que hacer algo drástico al respecto. Así que… voy a dotar de vida propia a Dorotea. Sí, no me mires así, Dorotea tendrá vida propia. Te hablará, sonreirá, gozará en tus brazos, tomará la iniciativa en tus momentos de bajón, soportará tus embestidas cuando tengas esos días de tremenda energía, se apartará de tí y te dejará solo cuando lo necesites… Por supuesto, ella también tendrá sus momentos, y entonces deberás ser tú quien tome la iniciativa. Pero esto último no me preocupa, porque la soledad forzosa que has llevado te hará especialmente sensible a sus debilidades y defectos, y responderás como es debido… En fin, cuando despiertes, el susto será morrocotudo, te quedarás de piedra, con la boca abierta, creerás que es un sueño y que no te has despertado todavía, pero oirás su voz, la verás moverse, sonreír, preguntar… incluso puede que te sirva el desayuno, haciéndose cargo y dándote tiempo a asimilar el nuevo estado de cosas… Estarás abierto a adaptarte a tu situación y reaccionarás relativamente pronto, pero, eso sí, ella te impondrá una condición: que jamás, bajo ninguna circunstancia, menciones su origen. Dada tu forma de ser y lo que te juegas, sé que la cumplirás sin ningún reparo… Así que… plim, plim, requeteplim, plim, Dorotea, cobra vida… ¡ya!

Lucy_in_the_moonlight_by_KleineGretchen

miércoles, 23 de febrero de 2011

Secretaría de dirección ¿dígame?


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Se abrió la puerta.

-Adelante, por favor. Espere aquí. Elena vendrá enseguida.

-No hay problema –dije, mientras me quitaba la chaqueta. Señalé la puerta del despacho de la jefa. –¿Tienen mucho trabajo?

-Creo que ahora están con la auditoría trimestral…

-Ah, entiendo… –dejé la chaqueta en el respaldo de una silla y me senté. –Bien, muchas gracias.

-A tí. –Cerró la puerta y se fue.

Me fijé en el mobiliario. Imponía bastante, la verdad. Claro que su cargo no era para menos. Pero ya estaba acostumbrado. De venir a recoger a Elena cuando salía del trabajo, las recepcionistas ya me conocían y me pasaban directamente con ella.

No pude evitar echar la enésima mirada de rencor a la puerta del despacho de la jefa. Siempre la cargaba con tareas de última hora, así que me hacía esperar. Apenas suponían retrasos de cinco minutos habituales, a veces diez, incluso un cuarto de hora, pero aún así…

Me fijé en la mesa. Se la habían cambiado hacía poco. Esta era más grande, más profunda, con alas hasta el suelo. La anterior no disponía de alas, lo cual hacía que mi espera se acortara, porque así me regodeaba en las fantásticas piernas de Elena, visión a la que ella contribuía con cruces pícaros, faldas hasta por encima de la rodilla, medias finas y zapatos de tacón alto, mientras atendía al teléfono y al ordenador. Una compensación cómplice y discreta en especie por mi paciencia, que yo agradecía enormemente. Pero, claro, para ello debía trasladar la silla en la que me sentaba hacia lo más a la esquina que podía, y que la jefa, al parecer, toleraba… hasta que cambió el mobiliario.

La jefa era una mujer de armas tomar. Madura, alta, un poco rellena, siempre pulcramente vestida con elegantes trajes de chaqueta, con voz potente, de tratamiento exquisito, alguna que otra familiaridad y confianza para conmigo, sonrisa preciosa (las pocas veces que sonreía), unas gafas de montura discreta que llevaba colgadas en el cuello y que se ponía para leer y escribir… Estaba casada, y no me imaginaba cómo sería el pobre marido.

Oí voces aproximándose. Una la de la jefa, de hecho parecía la única. Y el tono no presagiaba nada bueno. Abrió la puerta de repente, y me puse en pie. Entraron ella y Elena, que tomaba notas en un cuaderno.

-…espero de una maldita vez ese presupuesto para el cursillo de informática. Llámales mañana, y diles que, como no lo tengan listo, que desistan definitivamente… Ah, hola, Arturo. Discúlpeme. Acuérdate también de pedir las notas para presentar nuestra oferta en el concurso de lo de Malvarrosa, que también incluya la análisis de posibilidad de estado de cooperativa con Huáscar. ¿Este es el informe de las condiciones de lo de la fundición…? Vale, me lo llevo. Ahora llama a Partis, y pásamelo. Lo que no se le ocurra a ese inepto por no hacer su trabajo, de no ser por sus colaboradores…

La voz se extinguió tras la maciza puerta del despacho de la jefa. Elena terminó de anotar y me dio un rápido beso. Cogió el teléfono y se lo puso contra el hombro, mientras giraba en torno a la mesa y buscaba en una agenda. Se sentó y tecleó en el ordenador a un ritmo infernal.

Estaba preciosa, así, despidiendo vitalidad a chorros sin proponérselo. Le pasó la llamada a la jefa, y colgó el teléfono.

Yo me puse despacio a sus espaldas y empecé a masajearle los hombros. La tensión en ellos era palpable. Ella parecía no notarlo, hasta que dí con un punto sensible, y reaccionó, respirando hondo, encogiendo y distendiendo los hombros, alargando el cuello y cerrando los ojos.

-…ummmm… –murmuró por lo bajito.

El timbre del teléfono rompió la magia. Contestó al instante, mientras se reconcentraba en el ordenador.

-Despacho de Eva Montañez, dígame –Intenté seguir con el masaje, pero el teléfono y el respaldo me incomodaban mucho. Me retiré un poco atrás. -No, doña Eva no puede ponerse ahora… si me deja un número de teléfono, le llamará más adelante… sí… ajá… sí…. vale, de acuerdo… No, espere, creo que ese dato se lo puedo proporcionar yo misma ahora, si me da un momentito… –tecleó en el ordenador –En efecto, aquí lo tengo, 50 sobre 15 el primero, 30 sobre 35 el segundo y cuatro cuartos en el último… sí…

Desde atrás, su nuca estaba deliciosamente expuesta, pero muy torcida. Metí los dedos ahí, jugando con la pelusilla. Ella seguía hablando. La otra mano fue despacito a abarcarle un pecho por encima de la blusa. Ella seguía hablando. Masajeaba ambas zonas cada vez con más insistencia. Ella seguía erre que erre hablando, hasta que colgó.

Yo me esperaba una bronca por el atrevimiento, pero estaba tan concentrada que se olvidó de mí cuando se levantó, abrió un armario, rebuscó entre los ficheros, cogió un papel y sin despegar la vista de él, llamó a la puerta del despacho de la jefa. Sin apenas esperar respuesta, abrió y entró.
Solté un largo suspiro. Me fijé en la mesa. Desde ahí atrás se veía inmensa. Agaché un poco la cabeza. Alcé una ceja, miré a las dos puertas, y con el corazón en un puño y mueca de decisión, aparté la silla y me acurruqué ahí abajo.

No me equivocaba. Aquel espacio era lo bastante profundo como para que yo cupiera con cierta comodidad y ella asomara las piernas lo suficiente y fingir al exterior que estaba cómoda.

Se abrió la puerta del despacho, y Elena y la jefa salieron hablando. Tragué un bocado de aire ¿dónde me había metido…? ¿en qué brete acababa de poner a Elena? Ay, madre… Ví cómo Elena se sentaba con acostumbrada agilidad en la silla y se metía en el hueco, todo en uno, mientras contestaba a todo lo que le preguntaba la jefa. Me aplasté contra el fondo, con la esperanza de que Elena no notara nada, y lo conseguí, pero la jefa no se iba, y parloteaba y parloteaba sin cesar.

Iba a resignarme, cuando centré la vista en las deliciosas rodillas de Elena, en sus pantorrillas, en sus zapatos. Y entonces saltó el chispazo.

Puse una mano firme en la pata de la silla, y con la otra rocé el tobillo. Su reacción fue la esperada: un leve sobresalto, un gritito ahogado y un contenerse con mucha dificultad.

-¿… qué pasa? –preguntó la jefa, interrumpiendo su perorata.

-Eh… no, nada, nada… que me he pinchado con… con el clip…

-Ah, vaya… ¿a ver? ¿te has hecho sangre?

-¡No..! No, gracias, no es nada… eh, ¿ve? no hay nada de sangre… Ha sido sólo un pellizco…

-Bueno, vale… ¿por dónde íbamos…?

Y la jefa reanudó su retahíla de instrucciones, consejos, preguntas y demás. Y yo alzaba los dedos por las pantorrillas, masajeándolas despacito. Y Elena contestando muy profesional y solícita a la jefa.

Mis dedos se hicieron más atrevidos. Subieron a la parte de atrás de las rodillas, rebuscaron en sus pliegues y una mano se metió despacito entre los muslos. Ella cerraba con fuerza, pero yo introducía poquito a poquito. Contuve con dificultad la risa al simbolizar ese acto: ella tan femenina y virtuosa, con una larga entrada a su intimidad, resistiéndose pero sin dejarse llevar, y yo tan varón, penetrando implacablemente poco a poco.

La jefa seguía dando la lata, hasta que sonó el teléfono. Elena lo cogió y atendió. La jefa, viendo que iba para largo, se fue a su despacho.

Entonces ella fue todo patadas e intentar salir de allí, frenética, mientras su voz era fría y profesional. Yo me resistía, sin soltar la silla y sin dejar de mover los dedos entre sus muslos, que ella abría ahora y con las manos intentaba sacarlos de allí.

Se zafó de mí y dio un salto atrás, gesticulando furiosamente con la mano para que saliera, mientras su voz no variaba un ápice en lejanía y concentración, contraste que a mí me encendió más aún.

Una puerta se abrió, y sentarse otra vez y colocarse en la mesa corriendo fue todo uno. Otra vez se ponía al alcance de mi mano, y esta vez la metí hasta sus braguitas, antes de cerrar los muslos como un cepo.

-… un momento, por favor –rogó Elena, y pulsando un botón, prestó atención a su jefa.

-Me voy ya. Acuérdate de llevarte el informe para que le eches un vistazo. No tardes mucho en irte tú también. Por cierto… ¿dónde está Arturo?

-Emmm… ha salido a tomar un café, enseguida vendrá.

-Bueno, acuérdate de lo que hablamos,¿eh…? ¡No lo dejes escapar! –soltó una risita, mientras abría la otra puerta y desaparecía por ahí.

Aquello me dejó un poco estupefacto, más quieto que la mojama. Elena retomó la llamada, que resolvió en un pispás, y colgó. Saltó furiosa.

-¡Pero bueno! ¡sal de ahí ahora mismo, Arturo, vamos!

Salí despacio, casi con las manos en alto. Ella se recolocó las medias y la falda, mientras yo me enderezaba.

-¿Qué, qué es esto?- se fijó alelada en las manos, que mantenía en alto. –¿Temes ir a la cárcel…? –se echó atrás, poniendo espacio seguro en la explosión inminente. –Pero bueno, ¿tú estás loco? ¿cómo te atreves a hacer esto? ¿cómo te atreves a poner en juego mi trabajo…? ¿sabes qué hubiera pasado si Eva te hubiera descubierto? –yo aguantaba el chaparrón inmutable. Ella golpeó las manos con furia. –¡Bájalas ya, joder! ¡No estás en prisión, ni nada parecido…! Esto es serio ¡muy serio!, y no es para tomárselo a risa… Pero, ¿puedes… puedes concebir siquiera el riesgo que has corrido, que me has hecho correr a mí…? ¿es que mi trabajo no significa nada para tí? ¿quieres que me despidan? ¿es eso?

Su rostro encendido y desencajado, sus ojos brillantes, su gestos rápidos, su furia desbordante, su temblor corporal… la hacían cada vez más atractiva a mis ojos. Abrí mis brazos y me acerqué despacito a ella. La tomé en mi torso, aguantando sus tirones, golpes y resistencias. Y algo se desbordó en ella, porque rompió a llorar en mis brazos, deshaciéndose poco a poco. La sujeté con mimo, sin dejar de acariciarla y peinarla.

Estuvimos un buen rato así. Sonó el teléfono un par de veces, pero yo reprimí su reflejo de descolgarlo. La segunda vez ni siquiera lo intentó. Estábamos ambos sentados en una de las sillas de la pared de enfrente.

Finalmente, ella se levantó, respirando hondo. Caminó despacio hacia el perchero, tomando su bolso, su bufanda y su abrigo. Cogí el primero y el segundo, y el abrigo se lo abrí, ayudándole a ponérselo. Ocultaba la cara adrede. Del bolso sacó un espejito y se arregló. Apagó las luces y el ordenador. Yo me puse mis prendas, la abarqué con el brazo y salimos de allí…

(Dedico esta entrada con cariño y respeto a Belkis, que ha sido quien me ha dado el primer empujón en la rampa hacia abajo de la inspiración)

domingo, 20 de febrero de 2011

¿Y si de repente me limito a mirarte?

En silencio, giro despacio la cabeza. Tú estás concentrada mirando la televisión, en un ángulo en que no percibes mi nuevo estado. Y no separo mis ojos de tí.

Tu pelo, al que he visto en todas las situaciones cotidianas posibles: enmarañado nada más levantarte de la cama, chorreante en la bañera buscando la toalla, húmedo, en selecto corte de peluquero para una salida especial, una boda o una fiesta; en discreto recogido para diversas reuniones y entrevistas laborales…

Tu perfil, esa nariz pecosa y fina, pero de punta roma, que proporciona carácter y energía a tu expresión. Esa barbilla con un leve hoyuelo en medio, que cuando sonríes se multiplica por dos y se trasladan a ambas mejillas…

Tu cuello, corto y delgado, de piel sumamente sensible…

Tus manos, regordetas, de dedos finos…

Y me invade una paz sólida en la que el tiempo se detiene, y no me doy cuenta de que me devuelves la mirada, y percibes por mi leve sonrisa de lo que pasa por mi mente, y te acercas despacito a mí, y te arrebujas contra mi cuerpo, apoyando tu cabeza en mi hombro y dejando tu maravillosa melena al alcance de mi mano…

Y te sigo mirando, sólo que ahora a través de la piel.

 

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martes, 15 de febrero de 2011

Distracciones evitables (pero no molestas).

¿Qué tienen en común todas estas capturas de pantalla?

Captura 2

Captura 3

Captura 4

Captura 6

Captura

Pues esos enlaces-anuncios colindantes de La Redoute.

No suelo hacer ningún caso a esos anuncios, porque nunca aportan nada de interés, la inmensa mayoría son una pérdida de tiempo, cuando no timos, estafas y virus (las empresas que se dedican a este tipo de publicidad deberían someterse a una fuerte autopurga  a nivel mundial, porque su labor no tiene ningún impacto ni credibilidad), pero en este caso he hecho una excepción… y éste ha sido el resultado.

Hace algún tiempo, piqué en un anuncio de La Redoute, con esas prendas tan… ejem… sugerentes y llamativas, navegué un poco por ahí, ví unas cuantas imágenes que me gustaban, me las guardé para mi “colección”, y me olvidé de esa página… hasta que comprobé con cierto asombro que a partir de entonces dicho anuncio colindante (creo que se denominan “banners”) aparecía sin cesar en muchas de las páginas web que suelo visitar de forma periódica, como demuestro aquí.

El caso es… que a mí en concreto me distraen mucho, sea cual sea la lectura central. De tantas y buenas fotos sexys que he sacado de ahí, casi se podría decir que es un “acceso directo” a mi líbido.

Y con “buenas fotos” no me refiero en absoluto a las que están burdamente retocadas (que aquí las hay, y a montón, como en tantas otras páginas parecidas), sino a aquéllas en las que la piel de la modelo aparece con sus imperfecciones, pecas, manchitas, “piel de gallina” (creo que es un efecto secundario de recién depilada por cera)… Desgraciadamente, se da la regla de tres inversa: cuanta más “chicha” enseña (traseros con tangas, por ejemplo), más probabilidades hay de que hayan retocado salvajemente los tentadores glúteos, convirtiéndolos en algo soso, plano, sin vida, de maniquí artificial… Y dado que el nivel gráfico de estos anunciantes no es muy alto (no como La Perla, Valisere o Aubade, entre otros), suelen hacer bastante la vista gorda en muchos y muy disfrutables casos…

(Por cierto, para aquella gente que no lo sepa, y por si interesa y quieren sonreír un poco, en esta entrada de mi antiguo blog, y en ésta otra, profundizo más en mi… “sensibilidad” ante estas cosas… y añado ésta otra de propina, aunque sea más una declaración de principios que otra cosa. Suelo repasarlas de vez en cuando para comprobar su validez, si he evolucionado desde entonces, y recordar mis viejos tiempos…)

sábado, 12 de febrero de 2011

La muñeca de silicona (2)

-¡Arturo!

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-…

-Arturo, mírame…

-¡¿?!

-No te asustes, tranquilo… sé que intentas responder, pero no puedes hablar. Estás durmiendo, esto es un sueño, me he aparecido a tí en sueños y te estoy hablando en sueños…. Soy tu… bueno, a falta de una definición mejor, soy tu hada madrina. Y me he decidido a aparecer ahora por ese gran paso que has dado al adquirir a… ejem… a Dorotea. Nunca pensé que serías capaz de darlo, pero cuando has mandado el pago, has recibido a Dorotea en tu domicilio y he visto cómo te portas con ella, he decidido intervenir… ¿qué, qué te pasa…? ¿porqué te quedas así, como alucinado…? Ooh, entiendo, lo dices por mi aspecto… bueno, es lógico, ¿no…? Si la mujer que más te cautiva ahora es Maria, es lógico que me dotes de sus atributos, su dulzura, su cara, su voz y sus maneras… La verdad es que, antaño, cuando te decidiste a llamarla para quedar con ella por primera vez, también intervine, sólo que muy disimuladamente… Bueno, ¿por dónde íbamos…? Ah, si, Dorotea… Bueno, mira, Arturo, vistas tus necesidades y tu actitud, he decidido concederte una oportunidad… ¿qué…? No, ahora estamos con Dorotea… ¡no, oye, que me distraigo mucho…! Está bien, está bien, ¿qué quieres saber ahora…? ¿Maria…? Sí, ¿qué pasa con ella…? ¿que qué hice para ponerte en contacto con ella, si no notaste nada? Es que tuve especial cuidado en que fuera así, ¿sabes? Y además, tampoco fue nada del otro mundo: simplemente le dí un toque con mi varita mágica a tu corazón en cuanto abriste por primera vez su blog, de manera que te picase la curiosidad, te quedaras con su enlace y lo leyeras atentamente de cabo a rabo, y cuando llegó el momento de llamarla, te dí otro toque, para vencer tus dudas y que te lanzaras… Es una buena mujer, y de todas aquellas que están dentro de tus posibilidades, he decidido que era la mejor para tí… Aunque debo admitir que también soy un poco egoísta, porque envidiaba su físico y sus otros atributos, y que tú me invistas de ellos ahora, me da para presumir un poquito… ¿qué le vamos a hacer? soy así de coqueta. Bueno, volviendo a Dorotea, voy a darte la oportunidad de una elección presentada a tu medida: mañana por la mañana irás al supermercado, y cuando vayas a la cola en el cajero, delante de tí estará una chica atractiva y normalita, de ésas que piensas por reflejo que no te mereces. Le pasarán el género por el lector, pagará y se irá. Pero se dejará un bote de tomate entre las bolsas vacías, al final de la rampa de recogida. Cuando empaques tu compra, te darás cuenta de ello, la mirarás sólo un instante  antes de desaparecer en la puerta, y será entonces cuando tomes la decisión: ¿irás tras ella corriendo para darle la lata de tomate e iniciar así una conversación con algunas probabilidades de llegar a algo, o te quedarás con el bote sin más…? ¿mmmm…? Bueno, y ahora te dejo para que te despiertes y te desahogues de esa erección tan deliciosa que te ha provocado mi aspecto… No recordarás nada de lo que te he dicho, pero sí te quedará una leve inquietud, que espero sepas resolver en cuanto se te presente la elección…

(Sé que dije en su momento que la primera parte era única y que no había más, pero me dije… ¿porqué no rematar con este añadido a lo “Cenicienta”, y de paso rendir un humilde homenaje a María, la de los secretos? Como hace tanto tiempo que no escribo ninguna entrada sobre ella…)

(Ah, y posiblemente haya una tercera parte, se me está ocurriendo en estos momentos, pero debo dejar que tome forma, además de leer y disfrutar de vuestras respuestas ;-) … si tenéis a bien escribirlas, por supuesto… Por si acaso, recuerdo que la muñeca, la tal Dorotea, no existe, como manifesté en su  momento, es sólo el punto de partida de esta fantasía)