domingo, 5 de mayo de 2013

Puesto de trabajo: peón de embalaje industrial.

Estaba paseando por el centro de la ciudad, cuando me llamaron al teléfono móvil. Se presentaron como una E.T.T. (Empresa de Trabajo Temporal) de cuyo nombre no quiero acordarme, y me preguntaron por mi situación laboral en aquel momento. En paro. Cambiaron ligeramente de tono, y me preguntaron si era animoso, si tenía ganas de trabajar, si estaba dispuesto a ganar 300.000 pta/mes, una auténtica fortuna, pero que para ello debería dar lo mejor de mí mismo, que se arriesgaban mucho y debía corresponderles poco menos que besándoles los pies a la empresa donde supuestamente iba a trabajar. Y la cosa pintaba bien, porque dicha empresa no era un mindundi, tenía renombre y mucho peso a nivel nacional e internacional, prestigio y futuro. El trabajo, según me dijeron, era duro, a turnos rotatorios (mañana/tarde/noche/fin de semana), y en condiciones bastante insalubres (casi como trabajar en una fundición o en la minería, sólo para dar una idea), por eso pagaban tanto. Por supuesto, no tenía nada que ver con mi profesión habitual, electricista. Como la sede de la E.T.T. estaba cerca, quedamos en media hora. En cuanto colgué el teléfono, di el corte de mangas más gigantesco mentalmente hablando a mis estudios, mi profesión y mis esfuerzos por aprender y dominar los trucos de buen electricista, y me dirigí raudo a la sede.

Situada en plena plaza central de la ciudad, en la primera planta de un edificio con solera, subí y me encontré con el primer tic nervioso: un montón de jovencitos y jovencitas yendo de aquí para allá, en una especie de frenética actividad que yo capté enseguida como forzada; mesas desperdigadas en una especie de planta diáfana con sus ocupantes rellenando papeles, hablando por teléfono o entrevistando a mocosos prepúberes con la mirada más perdida que cordero solitario en el campo; en una mesa un poco apartada, uno mirando un vídeo de seguridad laboral, al que prestaba una atención simulada y tomando notas en un papel, mirando en derredor por si alguien se fijaba en él. No recuerdo nada más, de esto hace ya aproximadamente 10 años. Pero sí recuerdo que me pasaron a un despacho y allí me hicieron una entrevista un tanto estúpida, preguntándome si era feliz, si tenía muchas, muchísimas ganas de trabajar, cuáles eran mis motivaciones verdaderas en la vida, mis proyectos tangibles, etc. Algo en mí no convencería a la entrevistadora para ese puesto de trabajo en concreto, por lo que me propusieron pasar mi expediente a una subsidiaria de aquella empresa. Me encogí de hombros y acepté, no tenía nada que perder.

Al poco rato de salir y continuar mi paseo, me llaman de nuevo. Era otra E.T.T., no tan conocida como la anterior, a la que habían pasado mis datos. El trabajo también era duro, embalaje de perfiles de aluminio extruido en piezas de seis metros, a turnos más bien extraños (uno rotativo semanal entre mañana/noche, y otro fijo de tarde), y mucho peor pagados. Un solo autobús de empresa, que partía del centro de la ciudad. Condiciones leoninas para los que íbamos por parte de la E.T.T., ya que por convenio laboral aparte, no sé si legal o no, la plantilla directa no guardaba los descansos contemplados por ley, ocho horas seguidas a piñón fijo, ni para almorzar, ni para sentarse, y no digo para ir a servicio porque por ahí no estaba dispuesto a comprobarlo: yo iba, y si me decían algo, les contestaba como se merecían. A cambio, la empresa abonaba esos descansos. A los directos, no a los de E.T.T. A mí personalmente no me dijeron nada cuando entré, no se me avisó de esa excepción, además de por supuesto tener que cumplirla sí o sí cuando llegó el momento de comprobar en mis carnes la cruda realidad.

La inmensa mayoría de compañeros temporales eran extranjeros: rumanos, marroquíes y sudamericanos. Me pusieron bajo la tutela de un marroquí de muy malas pulgas que no sabía leer ni escribir, que nadie quería trabajar con él, y al cabo de dos semanas yo no era excepción.

Luego estaba el trato dado por la E.T.T. Un joven gordo trajeado y con falso y firme halo decidido, se paseaba por la plantilla, un rato mañanas y tardes, resolviendo cuantas dudas salieran entre nosotros, comprobando si estábamos todos los días presentes, hablando con los encargados, con los responsables bajo ellos y por encima de nosotros, con los responsables de la E.T.T., con nosotros cuando debíamos hacer horas extras en sábado, en domingo o en festivo. Delante de mí, hubo una encendida discusión entre él y un compañero acerca de si al día siguiente festivo debíamos trabajar porque el compañero no había pedido expresamente que guardaba festivo…

El ambiente era frío, de sabores metálicos, aristas cortantes y trato duro. Luces amarillas y altas, con sombras difusas. Ruido estruendoso de prensas, rodamientos, cizallas, pistones, acoplamientos neumáticos constantes. Los encargados de turnos de secciones se hacían la puñeta y se tragaban lo mínimo entre sí. El hijo del dueño o principal accionista se paseaba por toda la plantilla y preguntaba si nos veía solos, dónde estaba nuestro compañero (se trabajaba por parejas). Los riesgos laborales se corrían de forma habitual, pese a mis reservas: si tenía que coger un carro que estaba bajo una carga colgante suspendida de una grúa, se cogía; el encargado me decía que ya sería casualidad que en el preciso momento en que yo cogía el carro, se soltara esa carga, matándome ipso facto. El mismo encargado que acompañado por detrás del hijo predilecto, me abroncaba si tardaba más de cinco minutos en volver al puesto de trabajo, y luego en privado me dijo que no pasaba nada, que había sido un malentendido.

Cada viernes a partir de mediodía, los de las E.T.T.s (habían dos en aquel momento) nos agolpábamos ante los tablones de los vestuarios para saber qué turno nos tocaba la siguiente semana. Las preguntas, las quejas, las sugerencias, se sucedían en todos los idiomas. El joven gordo trajeado venía y nos atendía a todos… hasta que una semana, casi cuatro después de empezar yo allí, las listas eran extraordinariamente cortas, y el joven no compareció. Muchos no veíamos nuestros nombres, y preguntábamos a nuestros encargados de E.T.T., que se les notaban incómodos y cortantes. Así fue como me enteré de que prescindían de mis servicios.

Una cosa positiva sí saqué: el apellido del marroquí que me amargaba la existencia desde el comienzo al fin de la jornada, era sonoro y encajaba bien en las nominaciones exóticas que buscaba constantemente para mis numerosos personajes, poblaciones, mitologías… que poblaban y pueblan mi imaginación.

Suelo acompañar mis entradas con una imagen, pero no he encontrado ninguna que se adecúe a lo que aquí expreso: una cadena de trabajo extralarga con tan sólo dos operarios, que transmita frialdad, indiferencia, cansancio, con segundos planos de suciedad amarillenta generalizada, abundantes montones de virutas grasientas, y tan sólo brillo y limpieza en el producto: perfil de aluminio recién sacado del molde, enfriado y cortado. Me ha sido imposible.

Como he probado todas las opciones de búsqueda en internet que se me ocurrían, una de ellas era nombrar dicha empresa. Supongo que pasará igual con todas las demás de ese cuño, pero la inmensa mayoría de imágenes que salían relacionadas eran de… ¿imagináis de qué? grupos de trabajadores de su plantilla que defendían el convenio laboral. Y eso ha supuesto la puntilla anímica a esta entrada: ¿con qué autoridad defienden “sus” derechos, si permiten que supriman el descanso obligatorio en medio de una jornada de ocho horas, aunque se les abone dicho descanso? ¿con qué cara debo quedarme yo al ver sus protestas, si ellos mismos no hacen nada cuando delante de sus narices hay gente por E.T.T. que trabaja en condiciones mucho peores que las suyas? Andad y que os den, sindicatos de mierda. Ojalá os quiten los “privilegios” de que disfrutáis y decís defender por el “bien general”.

Te quitaba esa sonrisa de un bofetón, si supieras en qué condiciones laborales se ha montado ese armazón.

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