domingo, 16 de febrero de 2014

Carmín y cera (3)

(episodio anterior)

Se fijó en las uñas de los pies y de las manos, bonitas y cuidadas, pero sin pintar, y miró alrededor, a ver si localizaba algún neceser más o menos al alcance, como indirecta. Nada. Ya puestos, no vio aceites para masaje, ni toallas, ni artículos de limpieza, ni nada que le sugiriera algún curso de acción.

-¿Y bien?

-¿Que… qué desea que haga, Señora?

-Más iniciativas acerca de lo que te inspiro. –Arturo se aproximó de nuevo al pie que tenía delante, pero ella lo apartó. –No repitas. Iniciativas nuevas. Más ideas.

Arturo respiró hondo y cerró los ojos, buscando en su interior. Al no encontrar nada que se le antojara válido, la sensación de bloqueo empezó a invadirle con rapidez. Se relajó, respiró hondo, y pensó en ella, en su voz, en su manera de moverse, de vestirse, de hablar, de mirar. En las partes de su portentoso cuerpo que le mostraba. Y aunque el cuadro era para estar mucho rato en actitud contemplativa combatiendo gustosamente el ardiente deseo que se manifestaba en una erección que había nacido y se mantenía sin toque alguno, aquél no era el momento. Abrió los ojos y los fijó en los de Estrella, casi suplicantes, temiendo no pasar la imaginaria prueba.

Y entonces lo vio. En uno de los bolsillos de la bata que vestía ella asomaba tímidamente una puntita, pero brilló como clavo al rojo en la oscuridad que se cernía sobre él. Alzó la mano despacito, como pidiendo permiso. Su silencio y quietud le parecieron respuesta suficiente, pero mantuvo el ritmo. Tomó la punta que asomaba y con delicadeza tiró de ella. Logró evitar sonreír de triunfo con mucho esfuerzo.

Era una tela blanca de satén lo suficientemente grande como para llevar a cabo la idea que había tenido. Lo extendió sobre la mesa y lo arrolló en sí mismo desde una esquina, formando una venda, y con ella se tapó los ojos y la anudó tras la cabeza. A pesar de los resquicios que inevitablemente le llegaban desde abajo, cerró los ojos y esperó.

Mientras tanto, Estrella sonreía abiertamente, pero con algo de tristeza. Parecía haber llegado a una conclusión. Se incorporó, tomó el cinturón que pendía del cuello de él, se lo quitó, y doblándolo sobre sí mismo, lo chascó escandalosamente.

Arturo se estremeció, conteniendo la respiración un instante. Otro chasquido desde otra dirección, otro sobresalto. Arturo giró la cabeza.

Estrella se había levantado y caminaba hacia una estantería. De ahí sacó un mechero y una vela. Se acercó a espaldas de Arturo y prendió fuego a la vela. La inclinó un poco sobre el hombro.

La primera gota tardó un poco en causar efecto en Arturo, que reprimió un quejido y el reflejo de apartarse. Otra gota cayó sobre el otro hombro. Giró la cabeza.

Cuatro gotas más tarde, ella apagó la vela. En su cara, en sus ojos, asomaban una resolución. Respiró hondo y haciendo sonar adrede los pasos con lentitud y parsimonia, se alejó a una puerta, entrando y cerrando tras de sí.

Arturo aguardaba expectante. Las manos quietas, la cera fría, la piel perlada de sudor, la respiración superficial, entrecortada. La erección había remitido por completo.

Al cabo de un rato, Estrella entró de nuevo en el salón.

-Quítate la venda.

Arturo se la quitó despacio, y vio cómo Estrella se acercaba de nuevo al tresillo y se sentaba en él. Se quedó con los ojos muy abiertos mientras miraba cómo se servía un vaso de agua. Un torrente imparable de pensamientos, conclusiones y sensaciones se desató en su fuero interno.

 

Candle-12

(episodio siguiente)

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