lunes, 22 de febrero de 2016

Lolita la bárbara.

Le elijo al fin a él. No sé su nombre, ya que cualquier indicio de interés por mi parte en mis visitas pasadas a la cantera hubiera supuesto su muerte. Pero sus rasgos, estatura, complexión, son típicos de una feroz tribu del lejano norte, Trihelia, de guerreros bárbaros morenos de ojos azules. Los pocos que he visto en mi corta vida son todos altos, corpulentos, proporcionados, silenciosos y erectos, extrañamente bronceados en comparación con sus vecinos aenires, hypesires y unvóreos, todos repulsivamente incoloros, bastos, deformes, con modales de perros hambrientos, llegando a devorar cuero viejo crudo como pan duro. El trihelio, en cambio, es distinto. Capté su aura desde el primer momento en que le vi, hace algunas lunas. Y todavía aguanta y mantiene su porte. Pero le queda poco antes de caer decrépito por las condiciones de vida de los canteros.

Le sacan de la fila y me lo acercan, cargado de cadenas para rebeldes, grandes y pesadas. Rumores: nunca se ha rebelado, pero su postura casi siempre erecta, sus grandes pasos y su enorme fuerza parecen transmitir una disposición nada desdeñable. Como se quedara de pie ante mí, sin mostrarme el debido respeto y sumisión a mi persona, Onolsra se acerca y le da un fuerte golpe tras las rodillas con la vara, haciendo que caiga.

No me gusta Onolsra, pese a su devoción y su deseo por mí, es demasiado grande y fuerte, con modales de un buey. El trato que dispensa a los canteros bajo sus órdenes es brutal. Rumores: de vez en cuando elige a uno para sus noches, se oyen gritos estomacales y gorgoteantes en su cabaña y a los dos o tres días sacan el cadáver mutilado a mordiscos y con los huesos descoyuntados.

Hago que Nulsra la sustituya. No quiero que Onolsra le ponga más la mano encima.

El trihelio se queda de rodillas ante mí. Algo se remueve un poco por encima de mi vulva al verle así. Respiro con cuidado, disimulando mi interés reacomodándome en mi trono y adelantando un poco mis pies.

Nulsra le conmina con firmeza y algo de brusquedad pero sin hacerle daño. Espero que el trihelio capte el mensaje y colabore, ya que de lo contrario no sobrevivirá a la noche. Será elegido por Onolsra o por Lulsra o por cualquier otra guardiana cuyos Rumores: son igual de terribles, o peor aún por varias a la vez, y se ensañarán con él sin piedad alguna. Pese a los Rumores: sobre mí, espero que acepte. Mis ojos parpadean sólo para él con suavidad en las profundidades de las finas tiras de cuero que cuelgan de mi pesada tiara, transmitiéndole serenidad y confianza. No sonrío, ya que eso se notaría.

Gracias a Gai'á, el trihelio comprende, y se agacha, y besa mis pies con lentitud y elegancia, haciendo que el calorcillo aumente a cosquilleo.

Alsra, Nulsra y Belsra ya saben qué hacer con él. A todos los demás los azotan devolviéndolos a las canteras.

Un gesto y los caminantes caen de bruces ante mí, de alfombra hacia la litera. Me pongo en pie y Telsra me da la mano. Con ella y con el báculo mantengo el equilibrio mientras ando despacio sobre los dorsales puestos en fila. Noto que uno respira muy levemente mientras poso sobre él, pero decido obviarlo y pasar de largo. Pero al notar a otro que también respira, hago la señal convenida con el báculo, y en cuanto estoy a dos cuerpos de él, a mis espaldas, antes siquiera de que se alce para correr y caer delante de mí a seguir mi camino, las guardianas se le echan encima y le arrastran silenciando su boca. Aunque me desagrade esto, no deben perderme el más mínimo respeto. Rumores: habrán montado apuestas entre ellos sobre a quién dejaré pasar y a quién no. No volveré a saber de él, y no muestro absolutamente ningún interés, como tantos a los que he abocado a la misma suerte. Rumores: son carnaza larga para los apetitos nocturnos de las guardianas de la cantera, ya que al ser hombres seleccionados para esta función, son muy apreciados. Llego a la litera, me tumbo con lentitud y provocación, descubriendo lánguida mis encantos externos, brazos, piernas, caderas, hombros y cuello. Estoy tentada de señalar a una guardiana de tantas que babean por mí abierta e irrespetuosamente, a lo lejos, pero desisto. Hoy ya me aburre provocar daño. Los caminantes rodean con premura la litera, la portean al hombro y nos ponemos en marcha, de vuelta al templo.

En el camino disfruto reacomodándome y provocando miradas y reacciones ocultas entre el populacho. Sonrío con descaro, pero sin pasarme. A pesar de mis dieciséis inviernos, sé lo que debo hacer para no cruzar el límite.

El sol me pica en la cadera descubierta. Despacio, doy media vuelta y descubro la otra, disfrutando del contraste.

En el cambio de postura, descubro al trihelio unos pasos por detrás, llevado con cadenas desde dos guardianas a caballo. Le miro por encima, sin mostrar nada de interés, pero el calorcillo de mi bajo abdomen se reaviva.

Llegamos a palacio. En la sombra del atrio bajan la litera y Telsra se acerca, servicial, tendiéndome la mano.

Yo me desperezo cuan larga soy, bostezo con lentitud y desciendo. Vamos a mis aposentos. Me deshago de mis ropajes de calle con indolencia y me desnudo por completo. Telsra da unas palmadas y asoman tres bañadoras para guiarme al agua. Me acicalan, me restriegan la piel y me perfuman con aceite, secándome y vistiéndome para la ocasión.

Vamos al templo, a la sala de entrega. El selecto público está preparado. Todos me desean, todos me anhelan, todos beben de cualquier gesto mío. Todos los que han abonado la suma mínima por el sacrificio a Gai'á. Todos apiñados allí al fondo, con las guardianas preparadas.

En medio del inmenso círculo de la vida, al otro lado del cual se erige el altar a Gai'á y la gigantesca estatua de oro, plata y marfil que la representa, está el pilón con el trihelio, completamente desnudo, bien inmovilizado, con cadenas tensas cruzándole el torso, los brazos y los muslos.

Permanezco en las sombras fuera del amplio círculo luminoso, espero mi turno. La vieja sacerdotisa saluda, inicia el concierto de timbales, flautas y cítaras, da unos pocos pasos y me pasa el testigo a mí. Entonces salgo yo, y hago lo que mejor se me da, lo que ninguna otra puede hacer por mucho que lo intente, lo que me inspira Gai'á sin apenas voluntad por mi parte, lo que me mantiene viva y por lo que vivo. Danzo.

Primero ritmos lentos, brazos quietos, empiezo a ondularlos, juego de cuello, de barbilla... lo típico, lo que me llena de la inmensa energía que derrocharé después. Lo que provocará que muchos de los presentes y muchas de las guardianas quieran vibrar conmigo, entre mis brazos, y culminar entre mis muslos, y que luego culminarán en las alcobas con sus parejas, esclavos, esclavas o en solitario.

¿Y el trihelio? Al poco de empezar, su reflejo se activa, oscuro, rígido, hinchado de venas, con la punta violácea y brillante. Sus ojos me devoran. Su respiración se agita. Sus manos y brazos se tensan bajo las cadenas. Pero su boca permanece cerrada.

Entre paso y paso de baile, me acerco a él. Paso mis dedos rozando la pelusilla de su torso, de su bajo vientre, de sus muslos, pero sin tocarlo. La excitación le sube más y más. En cierto momento sonrío para mí cuando noto su piel de gallina perlada de sudor tras el paso rielado de las yemas de mis dedos.

Mientras tanto, yo disfruto. Me dejo llevar por uno de los momentos más intensos de mi existencia, que es bailar. Bailar sin parar, desplegando mis brazos, mis piernas, mi pelo, con unos movimientos y ritmos que aprendí a base de mucho esfuerzo, dolor y disciplina, pero que ahora forman parte de mí, y me elevo, y vuelo, y salto, y me retuerzo, y ruedo por el suelo, y me estiro, y me encojo, y me canso, y vuelta otra vez con otros pasos, y me extiendo ante Gai'á, y la música es cada vez más trepidante, y me hipnotizo, y... y me dejo llevar.

Muy pocas veces he sido capaz de provocar la húmeda respuesta en el esclavo durante esos momentos, ahí, en público, ante la presencia de Gai'á, madre de todo y de todos. Si así fuera, pasaría directamente a las manos de las castradoras, para que su último y excepcional líquido de vida fuera realmente el último, antes de entrar a mi privilegiado servicio como eunuco, algo que íntimamente me da más o menos igual.

Pero éste... este trihelio, tiene algo... que me llama la curiosidad. Es distinto a todos los varones con los que he tratado, sean esclavos, hombres libres, soldados, nobles, embajadores, sacerdotes, jóvenes, viejos... Es distinto.

Decido continuar el servicio en privado, y así se lo comunico a Telsra, que da las órdenes oportunas con total discrección. Conociéndome, imagino que también habrá hecho venir a Onolsra, o a Bulsra, o cualquier otra guardiana prescindible cuya devoción por mí les haga perder la compostura más de una vez en público, para la prueba de mi virginidad.

De vuelta a mis aposentos, sudorosa, paso de largo ante mis solícitas y frágiles bañadoras, que aguardan con sus atenciones dispuestas, y entro en la pequeña sala de mi altar privado a Gai'á. Allí sólo estamos Telsra, Gai'á, personificada en el diminuto busto al fondo, una guardiana simiesca y voluminosa a la que no conozco de nada, yo... y el trihelio, atado de pies y manos al madero cruzado. Evito mirar las paredes del fondo, en sombras, donde unos pocos nobles y ricos comerciantes han pagado inmensas fortunas por estar en estos momentos tras los visores disimulados que se suponen secretos, y cuya existencia es objeto de carísimo y reducido mercado selecto, formando parte de los numerosos Rumores: sobre mí.

Me pongo ante él, cuidando de no caer en el hueco cubierto de sedas y cojines del suelo, y respiro hondo. Me exhibo despacio, con música imaginaria, cuya cadencia la marca mi deseo de provocarle, mi descaro desinhibido al no estar ante un público con el que guardar las formas, y provoco otra vez el reflejo, la respiración superficial, la mirada brillante, su sexo crecido. Y me voy al hueco en el suelo ante él, y me tumbo ahí, y me revuelco acariciándome a mí misma, sin cesar de removerme, mientras Telsra acciona despacio el torno que hace que los maderos se abatan lentamente sobre el hueco, sobre mí, el trihelio colgando de ellos, paulatina y literalmente de ellos.

Es entonces cuando por primera vez mi cuerpo contacta con el suyo: rozo su hinchada virilidad con mis caderas, sin cesar de removerme bajo él. Dándome la vuelta voluptuosamente, sonriendo, alzándome lo suficiente como para echar mi aliento en su cara, curvando mis nalgas para continuar con el roce...

Y al fin, noto que respira trabajosamente, cierra los ojos, intenta zafarse con fuerza de los maderos, y explota sobre mi cadera izquierda. Sonrío abiertamente con placer, regustando mi triunfo, pero...

Al mirarle a la cara, a los ojos, capto su desafío. Salvo un leve quejido, sigue con la boca cerrada, en silencio, respirando fuertemente por la nariz. Respiro hondo, ligeramente decepcionada.

Telsra rueda otra vez el torno en sentido contrario; el trihelio vuelve a su posición vertical.

La otra guardiana se acerca y con solicitud y mal contenido deseo me limpia la cadera del precioso líquido derramado por el trihelio. Cuando va a comprobar mi virginidad, se lo impido y señalo las argollas del suelo, delante del altar de Gai'á. Telsra se adelanta y le indica que se tumbe ahí, atándola de pies y manos.

No separo mis ojos de los del trihelio. Estoy frustrada. Su actitud me enerva. Me alzo desafiante. Su piel, su olor, su sudor...

Cuando Telsra da la señal, doy unos pasos hacia la guardiana atada y me siento despacio sobre su cara. Pongo mi canal íntimo al alcance de sus ojos, bien de cerca, y tomándose su tiempo, da el visto bueno. Telsra afirma con la cabeza y se retira dos pasos atrás.

Entonces con rictus de decisión y enseñando un poco los dientes, echo todo mi peso sobre la cara de la guardiana, cuidando de retirar mi entrada de su boca.

Al principio la guardiana no hace nada. Disfruta, la muy perra. Conforme pasa el rato, intenta girar la cabeza para coger aire, pero yo se lo impido. Con las manos cojo su hirsuta melena y tiro hacia mí, controlando férreamente su cabeza. Su cuerpo se arquea a mis espaldas, cada vez más convulso. Sus brazos y piernas tiran de las argollas con mucho ruido.

El calorcillo que me provocó el trihelio se derrama sobre la cara de la perra a la vez que exhala su último suspiro.

Tardo en levantarme. Respiro hondo unas cuantas veces. Cuando lo hago, ni siquiera miro el cadáver que dejo atrás. Me acerco al trihelio y le abofeteo en la cara con rabia, tres veces. Después, con dignidad y soltura, me dirijo a la salida, olvidándome de todo y poniéndome en manos de mis bañadoras para quitarme esta peste que ya no me satisface...