viernes, 25 de marzo de 2016

Clasdal el hombre dragón e Irune la dura doncella (y IV)

(capítulo anterior)

Te despiertas muy confusa. Estás en el mismo lecho que el día anterior. A medida que pasa el rato, te van viniendo los recuerdos. El dragón, el hombre, el lago, el viaje, la isla, las mujeres, las conversaciones, otra vez el lago, la iniciativa, la sorpresa que causaste en él...

Oyes a lo lejos pasos, abrir y cerrar de puertas o armarios, chirridos de goznes... Te pones en pie, tomas la gran piel que te ha resguardado del frío, te cubres los hombros con ella y andas descalza a la puerta.

La abres con no poco esfuerzo. El pasillo está a oscuras, pero oyes los ruidos más nítidamente. Coges un madero de la hoguera y te adentras. Vas a una puerta, la abres y dentro está oscuro.

-¿Ya despierta? -dice Clasdal desde dentro.

-Sí... ¿dónde estás? -introduces el leño encendido para ver.

-Ahora voy... Estoy ordenando un poco todo esto.

-¿Lo haces a oscuras?

-Sí, puedo ver en la oscuridad. Vuelve al lecho, Irune. Enseguida iré contigo, te llevaré leche, queso, pan blanco y miel.

Obedeces. En el dormitorio, te detienes ante el bronce bruñido que hace de espejo y te ordenas un poco el pelo.

Se te cae la pesada piel de los hombros, y contemplas tu cuerpo desnudo. Sorprendentemente, no tiene las huellas que esperabas, ni siquiera las que guardabas del viaje a la isla. Razonas que el baño en las nieblas del dragón con jaruña te ha reparado todas las cicatrices y moratones.

Se abre la puerta y entra Clasdal, portando viandas. Te cubres de nuevo y te acercas a la roca plana cerca de la hoguera. Allí Clasdal remueve un pequeño caldero y te sirve un cuenco de leche caliente. Masticas a dos carrillos, hambrienta.

Clasdal se sienta cerca de la hoguera, mirando el fuego. Miras su perfil mientras comes. Algo salta en tu interior cuando se gira y clava su intensa mirada en ti, pero lo disimulas. Ahora te cuesta algo menos.

-Te dormiste y te traje aquí.

-Me cuesta recordar cada vez que despierto...

-Sí.

-¿Le pasa lo mismo a todas las mujeres que tomas?

-En mi isla no.

-Sí... Tu isla... ¿porqué no vives en ella? ¿porqué no vives allí y dejas... dejas existir a mi pueblo y sus alrededores?

-¿Tú quieres que lo haga?

Tardas un poco en contestar.

-No. Ahora no.

Terminas de comer. Retiras los restos mientras retienes un buche de leche en tu boca para limpiártela. Al terminar te sientas cerca de la hoguera.

-Pero tampoco puedes... retener a la gente en el pueblo, sin poder viajar a los pueblos cercanos, ni impedir que la gente de esos pueblos viajen al nuestro.

-Necesitábais eso. He visto otros pueblos con el paso del tiempo, y si seguíais así, habríais acabado matándoos todos. Tú incluida. Así que os asedié para que os uniérais contra mí.

-¿Y cuánto va a durar esto?

-Cuando vea que dejáis la envidia, la avaricia y la vanidad entre vosotros lo suficiente como para retomar el trabajo duro en comunidad y podáis subsistir honradamente por vosotros mismos.

-¿Y cómo lo van a saber?

-Bajarás entre ellos y se lo dirás.

-¿Y después?

-Puedes volver conmigo a mi isla y unirte a mi harén.

-¿Todas esas mujeres provienen de pueblos que estaban en decadencia y...?

-Sí. Excepto Galina y Enie. A una la salvé de un barco naufragado, y a la otra de una turba de su propio pueblo que quería quemarla en la hoguera.

-¿Porqué querían quemarla?

-Porque no quisieron escuchar el aviso que les transmitía de mi parte.

-¿Qué les ocurrió?

-Arrasé sus casas, los convertí a todos, hombres, mujeres y niños, en cenizas, y después junté las nubes encima, y provoqué una lluvia torrencial que acabó con todas las huellas. No quedó piedra sobre piedra, y ahora están todas desparramadas y cubiertas de árboles y matorrales.

-¿Eso les pasará a los míos si... si los demás se vuelven contra mí?

-Sí.

No juzgas. Tus padres siempre te han tenido como una sirvienta en tu casa. Nunca te han manifestado cariño. De niña, muchas veces te has ido a la cama con hambre, y has tenido que robar comida para subsistir. Las palizas, tanto a ti como a tus hermanos, los abusos a los que te han sometido tus hermanos mayores, quitándote la comida para comérsela ellos...

-¿Por eso me has elegido a mí y no a otra?

-Sólo por eso, no. No eres la única que lucha contra sus familiares para vivir, pero sí eres la única que siente piedad por alguien, por tu hermano pequeño. Le defiendes, le das parte de tu comida cuando llora, le acompañas en sus noches, le arropas y juegas con él, haciéndole reír.

-¿Morirá si... si mi pueblo se vuelve contra mí en los días siguientes a mi vuelta?

-Si tu pueblo se vuelve contra ti, si te arrastrasen y te cortasen la cabeza en la plaza pública, ¿tu hermano pequeño sobreviviría?

-No.

Guardáis silencio largo rato.

-Pero si me salvas, ¿le salvarás también a él? ¿le podré llevar conmigo?

Despacio, vuelve su cara hacia ti, y clava sus ojos en los tuyos, implacable.

-No.

-Entonces quiero quedarme en el pueblo con él. Y quiero que el pueblo, y mi familia, padres y hermanos, todos ellos, sepan que si me hacen daño a mí o a mi hermano pequeño, si nos quitan la comida, si nos roban nuestros bienes, tú les arrasarás por completo.

-¿Quieres ser la reina de la región?

-Sí. Viviría en la torre Sanglar, tendría como sirvientes a la familia Sanglar, sus bienes pasarían a ser míos, tomaría a los primogénitos de todas las familias como guardia del exterior, y si alguno de ellos atenta contra mí, tú asolarás el pueblo y sus alrededores. Vendrías como dragón algunas veces para recordarles a todos la amenaza. Vendrías a por mí, me traerías aquí, te amaría en las nieblas del dragón con jaruña, y luego me devolverías a la torre Sanglar. Cobraría diezmos para que mi hermano y yo viviéramos con soltura y comodidad. Pasearía por el pueblo, ordenaría qué deben hacer y qué no hacer para que todos vivan bien y en paz. Impartiría justicia, escucharía a todos, haría que todos aprendieran a leer y a escribir...

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